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Hogar dulce hogar. Vuelvo a Menorca, vuelvo a respirar aires tan limpios y cargados de caricias como los del Camí de sa Serra, en los altos de Sant Climent; vuelvo a impresionar mis retinas con los azules increíbles de las aguas del puerto de Maó en atardeceres tan improbables como reales. Aunque el mundo ahí afuera es también indiscutiblemente bello y digno de ser vivido, la vuelta siempre resulta balsámica. Buen rollo.

¡Qué cúmulo de estimulantes impresiones me esperaban estos primeros días de reencuentro! Uno de los primeros impactos acechaba en un hueco del peñal. Según me aproximaba al solar donde se habría de ubicar el ya mítico ascensor de culto noté que el santo lugar se había convertido en una especie de barrizal. Me acerqué incrédulo: lo que se ocultaba agazapado dentro del recinto parecía ser una máquina. Una extraña máquina que además sin duda tenía una función relacionada con la ingeniería civil (no era un misil de largo alcance ni un carro de combate). Esto quería decir que las obras de conexión de los dos mundos hasta ahora irreconciliables (la conexión vertical) habían comenzado después de veinte años (quizás más de veinte, pero en ningún caso los quince que sostienen los más contemporizadores) de dejadez recalcitrante. Como podrán imaginar, caí inmediatamente de rodillas en el lodo, y con lagrimas en los ojos, y presa de un sofoco algo indigno (seamos sinceros) de una persona de mi edad y condición, comencé a sollozar emocionado y a balbucir , en medio de incontrolados espasmos, jaculatorias en favor de Santa Águeda, a quien atribuyo la calidad de principal muñidora de este milagro.¡ Oh Santa Águeda, qué gallo nos hubiera cantado si veinte años atrás hubiera habido un poco de cuajo para explorar opciones diferentes al "no mover ficha para que nadie nos desplace la silla", al "si nada hacemos nada hemos de temer"! ¡Oh santa Águeda, pensemos para no caer en la desesperación, que más vale tarde que nunca!

No obstante, y tras unos primeros momentos de euforia mística caí en lo que podríamos llamar un ataque de desconfianza paranoide basado en experiencias anteriores. ¿No aparecerá durante estas excavaciones ascensoriles el esqueleto de algún legionario de Trajano que obligue a paralizar de nuevo las obras para convertir definitivamente el espacio en un yacimiento arqueológico a tono con el resto de ruinas materiales y económicas de que disfruta el puerto? ¿No se pinchará una tubería de Sorea que obligue a interrumpir los trabajos hasta que un estudio geológico dictamine la idoneidad del terreno para instalar zapatas con garantías de no atentar contra ninguna de las numerosas normativas que han encontrado en este puerto un hábitat idóneo para proliferar en promiscua sopa interadministraciones?¿No aparecerá enterrada bajo el lodo una diputación provincial , o un cubil de consejeros de libre designación? ¿No habrá que pedir una pieza que falta y viene de Barcelona para navidad? Santa Águeda nos libre de tan temibles incidencias.

Para rematar el capítulo de rogativas a los santos, les pediré algo a todos ustedes, que a estas alturas andarán rozando la santidad por caminos parecidos a los que condujeron a Job hasta tan meritorio estatus.

Creo haber acreditado en esta columna cierta independencia de pensamiento. Esto es, no estoy sometido a la disciplina de ningún partido político, cofradía, encomienda, lobby o plataforma. Ni siquiera soy especialmente amante de los pajaritos. Sí en cambio soy amante de Menorca. En calidad de esto último, les ruego que no permitan que el río revuelto en que estamos navegando nos lleve a aceptar ningún proyecto de destrucción de las playas vírgenes. Todas las estupideces cometidas en el pasado, que nos han conducido a desaprovechar de manera absurda el increíble potencial de esta preciosa isla, han tenido como único subproducto positivo (beneficio colateral) la conservación de una parte importante del litoral. Nada puede justificar ahora que algún espabilado aproveche para construirse un chalé en Trebalúger o en Mitjana o en ninguna otra playa que haya quedado milagrosamente a salvo de la vorágine que arrasó tantos otros parajes irrepetibles en nuestras islas vecinas (incluso aquí mismo, léase Arenal d'en Castell, por ejemplo). El empuje que necesita la economía insular se puede y debe buscar en otros ámbitos que no impliquen matar a la hermosa gallina: aumentar la calidad de nuestra oferta, diseñar una estrategia a corto, medio y largo plazo que concrete un modelo de explotación de los recursos turísticos, que en mi opinión deberían tender a la excelencia y a la sostenibilidad; dar oxígeno a la construcción, especialmente a los industriales locales, procurando facilidades administrativas a todo lo relacionado con la rehabilitación de lo ya construido, por ejemplo las boyeras, la reconversión de predios que aspiran a transformarse en espacios para el turismo rural, los edificios ruinosos que vemos por doquier, llevados a tal estado en muchos casos por zancadillas de la administración a emprendedores que pretendían proporcionarles una segunda vida. En fin, otras personas más documentadas que yo han descrito las diversas posibilidades de crecimiento de que dispone Menorca sin acudir a la trampa que supone que unos intereses particulares nos despojen de un bien público que no solo no tiene precio, sino que su hipotética destrucción constituiría un pecado imperdonable tan gordo como el de robar a nuestros hijos la posibilidad de heredar un paraíso que aún estamos a tiempo de preservar.