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Mientras en Francia, con la victoria del socialista François Hollande, ha renacido la esperanza para relajar los programas de austeridad y, al mismo tiempo, para confiar en unos planes que reconduzcan su deteriorada economía hacia vías de crecimiento, en Grecia, cuna de la democracia, las elecciones legislativas del 6-M han expresado un fuerte rechazo a los severos recortes impuestos por Bruselas para evitar el hundimiento del país heleno, para hacer efectivo su rescate pese al fracaso político de los sucesivos gobiernos conservadores y socialdemócratas.

En un país que se atreve a falsificar las cuentas públicas ante las autoridades comunitarias y donde abundan los contribuyentes que se escaquean y no pagan sus impuestos, era de todo punto previsible la fragmentación electoral que han servido las urnas. Los resultados no me han sorprendido. Aun cuando ante tanta irresponsabilidad las razones políticas alegadas sean claramente censurables, la mayoría del pueblo griego se ha rebelado contra las leoninas condiciones de rescate impuestas por Europa.

Los dos principales partidos griegos, uno de derechas y otro de izquierdas, y el gobierno tecnócrata de Lukas Papademos han sido incapaces de imponer unas políticas que frenaran el marasmo económico y financiero. Y así se ha visto como una crisis sin control ha derivado en una situación incontrolable, valga la redundancia, debido, por una parte, a la actitud irresponsable de los propios griegos y, por otra, a las duras exigencias dictadas desde Berlín y ordenadas desde Bruselas.

El veredicto electoral, con el revés de Nueva Democracia y el varapalo del Pasok, no hay que valorarlo como una degradación o derrota del sistema democrático. En absoluto. La democracia sigue viva. Es cierto que han fracasado los dos partidos que suscriben el memorándum del rescate, pero por contra se ha registrado el auge de otras cinco formaciones que acceden al parlamento con unos números que reflejan el amplio castigo político a las fuerzas que hasta ahora se turnaban las mayorías parlamentarias; ponen de manifiesto además que son partidarias de plantear unas nuevas cláusulas para el rescate hoy imposible, que son partidarias de reclamar un rescate con unos ritmos más flexibles (estrategia que también interesa a España). Los dirigentes de la Comisión Europea, del Banco Central Europeo y del Fondo Monetario Internacional no ocultan su seria preocupación por la radicalidad -a derecha e izquierda- salida de las urnas y por el sorprendente resultado logrado por Aurora Dorada, el partido neonazi que ha cosechado 21 escaños. Pero no es menos preocupante el hecho de que Grecia haya aprovechado para cuestionar, zarandear y rechazar, con el aval de los votos, la política de extrema austeridad impulsada por la Europa comunitaria.

Las profundas discrepancias políticas sobre el rescate han incrementado las dificultades para formar nuevo gobierno en Atenas. Frustrados los intentos de Antonis Samaras (Nueva Democracia) y Alexis Tsipras (Syriza, Coalición de la Izquierda Radical), el turno de Evangelos Venizelos (Pasok) es probable que tampoco consiga un mínimo entendimiento. Y si fracasa el intento socialdemócrata y la posterior opción de formar un ejecutivo de concentración nacional, la falta de acuerdo conducirá a otra convocatoria electoral el próximo mes de junio. Una cita que no garantiza de todos modos que vaya a desbloquearse la ingobernabilidad en Grecia, la gran incógnita que urge despejar para no agravar la crisis que está arruinando al país.

Si los ciudadanos griegos quieren evitar que la Unión Europea les dé un último empujón para obligarles a salir de la eurozona, no les queda otro remedio que aferrarse a la solicitud de una renegociación del rescate. Para ello sin embargo han de ser conscientes que desde Bruselas -y Berlín, sobre todo desde Berlín- ya no se tolerarán más incumplimientos ni más trampas.

La denominada cumbre del crecimiento que la Unión Europea ha convocado para el próximo día 23 puede proporcionarle a Grecia una última oportunidad para reiterar solemnemente que desea continuar en la eurozona. En tal caso tendrá que obrar en consecuencia -la constitución de un nuevo gobierno es fundamental- y eliminar cuantas posturas chulescas han contribuido al hundimiento económico. Grecia solo podrá salvarse si recupera previamente el camino de la responsabilidad. Si así sucede, incluso podría ser el nuevo presidente francés, François Hollande, el principal valedor de las aspiraciones del pueblo griego con la defensa de una mayor flexibilidad en las políticas de austeridad y el establecimiento de suficientes estímulos inversores para emprender la salida de la crisis.