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Dio la casualidad, que un día cualquiera de un mes que no recuerdo del pasado año, me encontré con un correo, tan sorprendente, que tras leerlo tres o cuatro veces, creí, se trataba de un sueño. ¡Qué va! Me encontraba despierta y bien despierta. Más de cuatro horas de haber dejado la cama, haber ordeñado las vacas, bajado la leche y varios cestos a la tienda de na Cadireta Coixa, visitado a n' Apolonia sa filla en Xec Xulla, que se encuentra sufriendo una crisis primaveral.

Año tras año, desde que era pequeña, cae en picado, añadió el mayoral. La cosa viene de lejos. Empezó con los celos hacia sus hermanos, su madre como buena paridora cada dos años aportaba uno más. Curiosamente no era un problema, para quitar hierro al asunto, su esposo añadía: Tu tranquila, donde comen dos, comen tres. Efectivamente, todos malvivían. Los mayores cuidaban de los más pequeños y éstos con cinco años conducían las vacas a la tanca , e iban en su busca al atardecer a la hora de ordeñarlas de nuevo.

Apolonia, se fue defendiendo de los trompicones de unos y otros, fue su alivio que la señora de la finca le propuso llevársela a su casa. La niña arregló un pañuelo de llista con sus pertenencias, una camisa de dormir estrenada por una de sus hermanas mayores. Los zapatos nuevos, los blancos que tanto la habían hecho sufrir li van donar un mos en es taló el día que celebró su primera comunión en la parroquia de Mahón, la recibió de manos de don Jaime Cots, "al cel sia", quien se la dio por vez primera.

Aquel sacerdote, que tanto imponía a la niña, el día antes a la hora de confesarla le pidió varias oraciones, quedando admirado como las había ido desgranando, una por una, felicitándola. Al preguntarle, quien se las había enseñado, respondió con prontitud, s'àvia cega. Efectivamente, la madre de la suya, llevaba mucho tiempo sentada en uno de los rincones de la cocina mans plegades. Nadie sabía lo sucedido, pero desde hacía infinidad de años, un mal le quitó la vista. Fue don Antonio Roca, junto a los doctores Mir y Andreu , quienes pasaron consulta ante tal gravedad y auténtico problema. El resultado fue que no supieron el motivo, recurrieron al mejor oculista de la época, reconocido dentro y fuera de la Isla por sus méritos, por su aportación a la medicina, escribiendo infinidad de libros, conferenciante en las universidades españolas, el señor Marqués que vivía en la calle de San Fernando, precisamente donde fue el domicilio, hoy prestigioso bufete de abogados, su fundador don Diego Monjo s'abvocat, continuando con las mismas funciones su hijo y "si no dic cap disbarat, una filla de aquest".

No voy a continuar hablándoles de la abuela de Apolonia, es posible que lo haga en otra ocasión. Es una de estas historias de penas y alegrías, de lo que a veces resulta un milagro de la vida la supervivencia de personas tan expuestas a las injusticias no sé de qui.

Y ahí, en su dormitorio que compartía con sus cuatro hermanas mayores, puso dentro del pañuelo, el camisón los zapatos, los calcetines zurcidos una y otra vez en las puntas, aquel dedo gordo siempre hacia de las suyas, cada vez que se los ponía su madre, debía coser el enorme agujero, lo que hacía que riñiera a la chiquilla, diciéndole… te tindré que tallar es dit gros. Apolonia se asustaba tanto, que alguna lágrima se le escapaba, lo que hacía que su madre se la arrimara a su cuerpo intentando consolarla mientras añadía… no ploris tonta, és una broma. Entre aquellas escasas pertenencias, añadió unas cintas a cuadros en rojo y blanco, que solían atarle a sus largas trenzas en ocasiones muy especiales, como podrían ser las fiestas del pueblo, el día que fue invitada a merendar de coca y chocolate en casa de la señorita Tonieta, hija de los propietarios de la finca contigua a la que ellos vivían. Llegado el verano los señores iban a pasar s'estada a nes lloc.

La maestra, un encanto de mujer, se había titulado en Mallorca, destinada a una escuela de Mahón. Era dulce, solícita y muy buena, se apiadaba de todos, especialmente de Apolonia, la veía tan poquita cosa, tan callada, tan reservada, con su mirar triste, tan acomplejada, que sufría por la niña. Mientras se encontraban en "es lloc", intentaba ayudarla enseñándole a leer y escribir, después iniciarían los números tan importantes para ir por la vida.

El verano anterior pasó en aquel lugar una temporada un niño hijo de algún familiar, le llamaban Antuan, según él le explicó su casa se encontraba tan lejos que al salir de su ciudad primero tuvo que hacer un largo recorrido con un tren hasta un puerto llamado Marsella, para dirigirse a un vapor enorme, donde durmió una noche, llegando a Barcelona, y desde allí hacia Mahón. Apolonia, no se lo podía creer, le daba la sensación de ser imposible, tanta lejanía. Antuan fue acompañado por Michel, el hombre de confianza de su padre. El día que lo conoció, mientras cenaba en su casa escuchó comentar a los mayores, que el niño era nieto de un hermano del padre de la maestra, que sus padres se habían divorciado, algo que ellos no llegaban a comprender el significado de divorciarse, sonándoles, a extraño devia ser una cosa dolenta, tal cual lo había explicado la criada a s'àvia cega.

En el patio de la finca de la maestra, se encontraban varios pinos, en uno de ellos, "l'amo" montó un engronxador donde se columpiaban sus hijos , Antuan y Apolonia, ésta no olvidaría jamás aquel vaivén, ni tampoco las risas que le producía cada vez que Antuan la empujaba con dulzura, a la vez que ella hacía el ademán con su cuerpo de subir hacia arriba, mientras todos iban coreando… més amunt, més amunt.

Y el tiempo corrió con la misma velocidad que la tramontana. Pero jamás arrasó tan dulces recuerdos, imposible doblegarlos. Hoy en uno de los cajones de la cómoda, en una cajita que fue de pastillas de jabón La Maja -¿la recuerdan?- entre postales, un pañuelito, una estampa que un día recibió desde Francia la niña Apolonia de aquel niño del que le hacían guasa llamándole el franchute.

He llegado hasta aquí, dando grandes rodeos. He iniciado la xerradeta para explicarles el recibo de un correo inesperado y como de costumbre me he liado hablándoles de la visita a mi amiga Apolonia, he perdido es cap de fil y difícil es de recobrar, tan solo comunicarles que se debe creer en los milagros. A mí me sucedió al recibir un correo un día cualquiera, de un mes que no recuerdo, del pasado año.

Hoy puedo decir que ha sido un placer reunirme con su autora, en mi hogar junto a los míos, recorrer diferentes puntos de la Isla, pasear por sus pueblos, subir a lo alto de la montaña que tan entrañablemente guarda nuestra patrona, la Virgen de Monte Toro, luz y vigía de campos y calas, finalizando nuestro devenir en la plaza del Borne de esta preciosa Ciutadella, con su obelisco en recuerdo de los hijos de su ciudad que tan valerosamente supieron defenderla fins dalt de tot, para orgullo de los menorquines. Es por ello que cada vez que he visitado Constantinopla, la emoción me ha embargado y he rezado por todos ellos, per els ciutadellencs.
¡Viva Ciutadella!
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margarita.caules@gmail.com