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En el aula, los alumnos se enfrentan a un control. Alguno es "adaptado", porque ha sido parido pensando en las particularidades de unos estudiantes que requieren de una atención más personalizada. En las aulas del futuro (impensables hoy), todos los controles deberían ser así, adaptados, por la sencilla razón de que cada persona es, en definitiva, un mundo. Al profesor, envejecido, y a todos sus compañeros, le falta tiempo para adentrarse en las mentes y en los sentimientos de sus estudiantes; tiempo para averiguar qué les ocurre; tiempo para hacerse cómplice de aquello que padecen en la fragilidad de su adolescencia. Tiempo, en definitiva, para poderles socorrer desde la madurez inexorablemente adquirida. No lo hay. No lo habrá… Mientras, su mirada atraviesa los ventanales de lo que ellos denominan, a modo de divertimento, "jaula" y piensa en esa fortaleza lejana donde otros hombres deciden sobre su destino y sobre el de ellos. El propio, a estas alturas, le importa poco, pero no así el de quienes ahora intentan construir un texto mínimamente aceptable. Hombres con poder que, probablemente, jamás habrán pisado un aula; ni habrán entrado en contacto con el mundo de la diversidad que ella encierra y arropa; ni habrán pronunciado el nombre concreto de un adolescente abriéndose al mundo… O, aún peor, hombres que habiendo vivido en ese mundo fascinante y doloroso, han optado por la huida, por un "adiós", el que les abría las puertas de la seductora fortaleza del poder...

Dicen que, en ella, sus moradores solo entienden de números, de "ratios", de ajustes, de cuentas, pero no de versos, ni de música, ni de teatro, ni, probablemente, de ética, ni de… tantas cosas. Y uno se la imagina triste, estéril, húmeda… Por ella, probablemente, no pululará ningún sentimiento… Nadie sabrá que los padres de M. no pueden comprarle un libro de lectura que asciende a seis euros y que M., erróneamente avergonzado, lo oculta, aún a costa de jugarse el aprobado… Nadie sabrá tampoco que L. ha perdido a alguien muy cercano y que requiere de la ayuda que, por el momento, tiene… Nadie sabrá que un pequeño recorte puede significar un desgarro irreparable en la vida de muchos… ¿Para cuántos libros daría el sueldo de quien, fiel a la disciplina de voto, que no a la de su conciencia, pulsa mecánicamente la tecla señalada en un inservible Senado? ¿Para cuántas nóminas de interinos, un capricho bélico? ¿Para…?

Los adolescentes siguen ahí, intentando conquistar el cinco anhelado. El profesor reubica su mirada y les advierte que no copien, que en la vida lo que cuenta es el juego limpio.
Pero sus palabras se deshacen en el aire porque es sabedor de que vende verdades a contrapelo. En la fortaleza, los valores son otros, tangibles, contables y su sonido es el de una caja registradora… Y, hundido, observa las cartulinas que habitan paredes; las flores dibujadas; los esquemas elaborados bajo la batuta de tutores sin reloj pero con querencia; los mapas; las tareas que no entendieron de horarios; los elementos nacidos a base de vocación y generosidad que hicieron de esa "jaula", finalmente, aula. Nadie esperaba gratitud. Ni tan siquiera una palabra amable desde la fortaleza. No era una cuestión entre el docente y el poder. Era una cuestión entre el docente y el alumnado, que es tanto como decir entre el docente y su conciencia. Pero no era de recibo el agravio, el ataque, la mentira, la deslealtad, el castigo… Al fin y al cabo será fácil, desde las atalayas, alimentar al monstruo, el bulo de que los docentes son parásitos en la piel de la sociedad... Bastará con el hábil manejo de algunas palabras ultrajadas: "vacaciones", "sueldo", "horas"…
Contra los muros del bunker, alguien, no obstante, objetará y proyectará a duras penas sobre sus paredes grises imágenes de profesionales corrigiendo en la soledad nada espectacular de sus casas durante horas y horas… Y esas secuencias serán únicamente unas pocas, de otras muchas, en las que el amor por lo bien hecho no habrá trascendido del hogar a la calle… A lo ojos del profesor, el aula se va estrechando, ahora, se va desvistiendo de cartulinas… Hasta las paredes de colores son ya otras. Dicen que, con frecuencia, los educadores vislumbran el futuro, pero jamás el próximo cupón de la "ONCE".

Finalizada la prueba, el maestro sale a los pasillos y se topa con quienes, probablemente, no se topará al cabo de unos meses. En los pasillos habrá volúmenes de ausencias, en conocida expresión de Mercedes Salisachs. Las que notarán también los alumnos…
Alguien buscará a quien le tendió la mano… Y la mano, ausente, se habrá mudado en un concepto económico… Alguien también entrara en un departamento en busca de ayuda personificada bajo la más inocente de las excusas y se encontrará con un balance que impidió una contratación…

Ya en el hall, el profesor penetra en la biblioteca y en su alucinación última contempla como los diccionarios son, también, otros… Transitan por la estancia buenos profesionales presos de un comprensible nerviosismo ante su futuro que altera, incluso y naturalmente, las relaciones personales. Un alumno busca el término "pudor" en la página 238 de un manual al uso y no lo halla. En la página 238 anidan únicamente "P.I.B", "Prima de riesgo"… En la "R", el vocablo "rescate" ha mudado de significado. Ya no se refiere a piratas, o tal vez sí… En la "I", "investigación" dimitió en favor de "Ibex" y en la "D" es impensable que resida todavía la "decencia"…

Envejecido, sí, se dirige a la postre hacia la salida. Sin poder remediarlo, se da la vuelta y se sienta en un banco de la entrada. Algunos lo ven como alelado. El maestro observa el fascinante mundo que le rodea mientras le pesa la responsabilidad que tiene… Ve, con ojos nuevos, idas y venidas de jóvenes que ocultan bajo sus gorras, miedos; con sus tatuajes, heridas primeras; con sus pantalones caídos un grito disimulado de auxilio; con sus salidas de tono, probablemente, abrazo… Alguna sonrisa le conforta… Pero –lo sabe- la fortaleza sigue ahí, decidiendo por él, decidiendo por ellos… El año que viene todo será distinto… Muy distinto… Porque, en la fortaleza, a muchos no se les enseñó que el corazón no se toca; que el alma, no se toca; que los sentimientos, no se tocan. Que el futuro de tantos no puede cercenarse por la insensibilidad de unos pocos…

– Dicen, Roig, que las fortalezas, en ocasiones, suelen estar rodeadas de bosques en los que transitan trasgos y brujas…
– ¿Y? –te pregunta-.
– Que tal vez tengamos que ir en busca de quien pueda ejecutar maldiciones…
– ¿Maldiciones?
– Dirigidas a quienes hicieron del derroche, oficio y de quienes, en su lado opuesto, después, no supieron –ni saben- que en el tejido social, como en los cuerpos, hay partes que no se pueden extirpar…

Y Roig lo entiende. Aunque él nunca ha entrado en la fortaleza. Ni entraría… Pero sí en esas aulas que, tal vez, acaben convirtiéndose, finalmente, de la mano de la desvergüenza y del desamor, en jaulas, esas que, en la fortaleza, sí tienen sentido…