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A veces el problema es sólo no quererlo resolver. A veces basta con admitir el error para salir del fracaso. Pero aquí nadie admite nada, ni pide perdón, y ante el reiterado error, la responsabilidad no hace acto de presencia. Parece ser que el sentido común está fuera de cobertura y reina el despropósito a cada paso. Está claro que caminamos hacia un futuro cada vez más incierto, que cada vez queda más cerca lo difuso, que cada vez nos adentramos más en la incertidumbre. Y es desde la incertidumbre donde brota más la improvisación, y es la improvisación la que acelera las prisas y apaga las luces de acuerdo con la voz interior de los que gobiernan. No se sabe ya si el barco o directamente el naufragio. Ni se sabe si es peor no gritar auxilio o que acudan al rescate. Porque la mano tendida ofreciendo ayuda tiene la forma y tensión de querer agarrar por el cuello.

Cuando las cosas van mal los políticos tienden a alargar sus sonrisas para taparlo. Cuando las cosas van peor la política consigue allanar más camino al empeoramiento. Pero ya no hay sonrisa tan amplia como el desastre, ni es necesario preparar el camino cuando se está cayendo. Los políticos se han quedado sin forma de ejercer y sobreactúan en el vacío de su conocimiento. Es la incapacidad la que lleva las riendas de esta realidad desbocada por la avaricia, aquí el rigor no dice nada y la experiencia se niega y se tapa. No importa cuánto se sepa de economía o de historia, no importa lo que se conozca de nada. Aquí la razón se disputa entre cuentas bancarias, contraargumentando ceros. Propagando así cada vez más números rojos entre las familias y dejando a la mala suerte sin salida tras haber entrado en tantas casas. El derecho a ser multimillonario está acabando con el resto de derechos y así parece que seguirá hasta que sea el único que quede en pie.

Mañana no será distinto, ni la semana que viene. Y probablemente dentro de un año, como desde hace otros tantos, seguiremos inmersos en el mismo problema: no plantearlo. Sin plantear el verdadero problema todas las soluciones que se tomen no harán otra cosa que sostenerlo. Tal vez lo peor no sean los efectos de la crisis sino su causa latente y siempre a salvo. No hay mentiroso más eficaz que aquel que no se preocupa en conocer la verdad, ni mentira más temeraria que la que niega una y otra vez la realidad estallando en plena cara. Caminar con un miedo inculcado a conocer lo que verdaderamente ocurre hace que cada vez sea más temible la realidad del camino. Y cuanto más temible sea la actualidad más pasos seguiremos dando hacia atrás y hacia abajo.