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¿Dónde se meten las pinzas de la ropa? ¿Dónde van cuando nadie las mira? Da igual que las dejemos puestas en el tendedero, o que les compremos una preciosa cesta en el bazar chino de la esquina, ellas siempre se van, desaparecen, se volatilizan sin dejar rastro. Cada vez son menos, da igual que sean de madera o de plástico, siempre nos abandonan.

Es uno de los cientos de misterios cotidianos para los que no encontramos explicación, aunque la verdad es que explicación cada vez encontramos para menos cosas.

La desaparición de mis pinzas de la ropa no se la puedo atribuir a la crisis-estafa en la que nos encontramos, ellas ya desaparecían antes de que todo esto empezara. Por lo tanto he de vivir con la angustia que provocan los fenómenos, y acontecimientos, para los que no encontramos una respuesta.

Algunos piensan que así es la vida, una sucesión de acontecimientos que no llegamos a entender del todo, pero que solemos aceptar con resignación, o bien porque han pasado siempre, o bien porque nos vemos tan débiles e insignificantes, que se nos hace imposible que nosotros podamos cambiar nada.

Evidentemente el que tiende la ropa es el que pierde las pinzas, hay unos cuantos, cada vez menos pero más fuertes, que en su vida se han tendido los calzoncillos o las bragas, para esas tareas tan poco gratas, ya tienen peones que se lo hagan. A ellos no es que les preocupe donde van sus pinzas, sino que a duras penas se aprenden el nombre de la persona que les tiende la ropa. Rico y pobre conviviendo en un mundo que a los ricos se les hace muy pequeño en su ambición, y al pobre muy grande en su miseria.

Demasiadas cosas parecen que están cogidas con pinzas, ya saben: la sanidad, la educación, la justicia, los servicios públicos, la igualdad de oportunidades, el derecho a la vivienda, el trabajo digno, la libertad de expresión, incluso nuestra joven, aunque maltratada, democracia.

Yo, por si acaso, seguiré buscando mis pinzas por el patio, si recupero alguna la utilizaré para tapar mi nariz, hay demasiadas cosas que huelen mal. Por otro lado, si no consigo recuperar ninguna, buscaré consuelo, pensando que se han ido con mis calcetines desparejados, o quizás con el mando a distancia, que normalmente vuelve, pero que muy a menudo se pasa la tarde entera agazapado tras el único cojín que no he levantado.

Y por último es lógico, querido lector, que después de leer este artículo, piense que se me ha ido definitivamente la pinza, y puede que tenga razón; pero me gusta fijarme en las cosas pequeñas, porque son las que tengo más cerca y las que me ayudan en mi vida cotidiana. Pinzas de la ropa tenemos todos en casa, sin embargo prima de riesgo solo hay una para todos, pero no a todos nos va a amargar por igual.

Sea como fuere, feliz colada.