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"Yo quiero estimular a los jugadores prescindiendo de la violencia. Cuando juego con alguna de mis creaciones, pienso: "¿Es algo de lo que estoy orgulloso?, ¿puedo jugar con mis hijos sin preocupaciones?". Son palabras de Shigeru Miyamoto (Kyoto, 1952), conocido como el Walt Disney del videojuego, que acaba de ganar el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2012. Un galardón que ha sorprendido y que ha derivado en una polémica en el ámbito intelectual. No son pocos los que piensan que se ha premiado algo menor y banal. De hecho, la votación del jurado fue ajustada: Miyamoto se impuso por solo dos votos al filósofo Edgar Morin.

¿Merece el creador de Super Mario y Donkey Kong figurar en letras de oro junto a nombres e iniciativas tan ilustres como Umberto Eco, Google o The Royal Society? Antes de responder hay que tomarse unos minutos para reflexionar. No vale saltar del sillón indignado y, como dijo un colega de profesión, ahora "Micky Mouse se postula para el Nobel". Yo prefiero preguntarme ¿y por qué no? Lo reconozco no soy neutral, me lo he pasado pipa con el "Mario Kart" o jugando a diversos deportes con la Wii. Además, qué tiene de incompatible disfrutar con un libro -perdonen que me levante- de Ryszard Kapuscinski y relajarme con la Nintendo DSi. Creo que la concesión del reconocimiento a Miyamoto pone en evidencia la brecha generacional abierta entre los llamados nativos digitales y los que crecimos en un mundo donde los ordenadores eran algo del futuro. En mi modesta opinión, el estupor procede en gran parte del desconocimiento.

El acta del jurado señala al japonés como "el principal artífice de la revolución del videojuego didáctico, formativo y constructivo. Diseñador de personajes y juegos mundialmente conocidos, se caracteriza por excluir de sus creaciones la violencia y por innovar con programas y formatos que ayudan a ejercitar la mente en sus múltiples facetas y resultan muy valiosos desde un punto de vista educativo", además de "crear sueños virtuales para que millones de personas de todas las edades interactúen, generando nuevas formas de comunicación y de relación, capaces de traspasar fronteras ideológicas, étnicas y geográficas". Personalmente, suscribo cada una de los citados argumentos. Y es que su obra va más allá del simpático fontanero. Con las diferentes consolas se puede pintar, convertirse en un músico o hacer deporte, entre otras muchas cosas.

Preguntado por si los videojuegos alienan a las nuevas generaciones, él apunta que este tema es complejo y que tiene que ver más con "un cambio radical del estilo de vida". Todo se reduce a saber dónde están los límites. De hecho, en más de una ocasión Miyamoto ha dicho: "¿Que los videojuegos son malos? Eso mismo decían del rock'n roll".

La tecnología abre nuevos caminos y el caso que nos ocupa es uno de ellos.