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Gracias a esa costumbre anglosajona de clasificar, abreviar y poner siglas a cualquier tendencia o dolencia social, ya podemos saber a qué se debe ese desasosiego que nos invade cuando, al mover la mano por el interior del bolso y palpar la cartera, los bolígrafos, la agenda, la barra de labios y un largo etcétera de objetos que se pierden en las profundidades de ese útil accesorio no damos con el teléfono móvil. Nuestro cordón umbilical con el mundo real y virtual. Sí, lo que me hace girar el volante en la segunda o tercera rotonda y volver a casa, inquieta, porque cualquier cataclismo es posible y yo estaré desconectada, se llama nomofobia. "No-mobile-phone phobia", ese es el nuevo tipo de ansiedad en la que, según los especialistas en estos trastornos, estamos a la cabeza, ya que el 96 por ciento de los españoles tiene móviles, superando a Estados Unidos, Francia o China.

Y es que casi es imposible recordar cuando alguien salía por el mundo y no daba señales de vida hasta encontrar un teléfono público, o llegar a un hotel, a su casa o a la de un amigo. En cuanto un avión aterriza una larga hilera de pasajeros pone en marcha sus móviles para, por breve que haya sido su trayecto, ponerse al corriente de llamadas, mensajes, whatsapps, fotos y cotilleos en las redes sociales. Ahora que tengo el diagnóstico pienso cuán inocente era, años atrás, al ser 'móvil escéptica', y pensar que podría resistirme e ir contracorriente.