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Este fin de semana se ha celebrado en Es Castell una fiesta preconizada por la comunidad británica para celebrar el jubileo de su reina, con participación de las autoridades locales.

Por lo visto, y respecto a la dominación británica sobre Menorca durante el siglo XVIII que sirve de telón de fondo a dicha celebración, ahora lo políticamente correcto es decir que los ingleses fueron buenísimos con nosotros, que modernizaron la Isla y no sé cuántas cosas más. Parece incluso -digo parece- que las directrices vienen de Palma.

Precisamente hace un par de días los de IB3 me hicieron una entrevista en relación con este tema y el entrevistador, después de informarme que "mi momento de gloria –palabras textuales- iba a ser al día siguiente en el telediario balear", como si yo fuera un concursante de Gran Hermano, parecía venir ya con el guión preparado, algo así como: "¿Señor Terrón los ingleses beneficiaron a Menorca sí o sí?" Hombre, no es que el muchacho me lo preguntara de esta forma, su parte en la entrevista fue muy correcta, sin embargo lo he deducido por la manera como los responsables del telediario trataron la informacional día siguiente. En vez de reproducir lo sustancial de mis declaraciones, es decir que no estaba de acuerdo con lo maravillosos que fueron los ingleses con nosotros, cuestión esta que no es momento de desarrollar aquí, en vez de eso, digo, una voz en off de "ellos" dijo lo buenísimos que habían sido y a continuación reprodujeron los 15 segundos más chorras de mi entrevista.

Precisamente estos fastos a la británica de este fin de semana en Es Castell, con espectáculo ecuestre de casacas rojas y banderitas de la Jack Union incluidos, me han recordado aquel rostro enigmático de Mrs. Graham.

El pasado octubre, recorriendo el Camino y ya por tierras de Lugo, una mañana temprano todavía de noche, me sorprendió la lluvia; esa lluvia persistente que moja-moja, de la Galicia profunda y que me caló hasta el alma. Andaba yo así por las "corredoiras" cuando vi una luz al fondo de la tiniebla, era una aldehuela perdida en aquellos montes y la suerte quiso que la taberna estuviese abierta.

Sentado en mesa de pino, una anciana de pañoleta y ojos bondadosos que alguna vez habían sido azules, me sirvió un café de puchero mejor que cualquiera de máquina urbanita, porque aquel café estaba hecho con amor.

De pronto mis ojos se fijaron en un cuadro del fondo de la sala. Era una estampa de gran tamaño en el que se reproducía "el retrato de la honorable Mrs. Graham" de Thomas Gainsborough. Me pregunté: "¿Qué hace aquí, en este rincón perdido de la mano de Dios, la señora Graham?. Posiblemente el dueño de la posada fuera un indiano regresado que había aprendido "cousas do mundo".

Y es que viajar hace que dejes de mirarte el ombligo, como decía Unamuno.

Estuve contemplando largamente el rostro pálido y triste de la dama, que dialogó conmigo a través de los trazos nerviosos del pintor. Durante mucho tiempo permanecí ensimismado admirando la hermosura enigmática de aquel rostro que parece decir:

"Nunca saldré de aquí". Luego desperté de mi ensueño -que no sueño- y sacudiendo la cabeza me pregunté: ¿Dónde estoy, que hago yo aquí? Y recordé aquellas estrofas del poeta:

¿Qué fue de aquellos soles?

¡Qué fría es la noche!
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