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Una de las aportaciones al pensamiento moderno más relevantes que ha producido el tándem Mariano/Cospe es según mi humilde criterio el concepto de "lo que de verdad importa a la gente normal". Este paradigmático hallazgo abrió la puerta a un nuevo enfoque de las relaciones administradores/administrados, como tenemos la impagable ocasión de comprobar a diario en nuestras propias carnes.
Si hubiera, no obstante, que encontrarle un "pero" al revolucionario mantra es que la primera línea de esa fantástica lista de prioridades se traspapeló, sin duda debido a algún fallo de la impresora. Voluntariosamente me permito rescatar del archivo el documento perdido para que se pueda retomar el super plan en toda su grandeza.

Número uno (este era el encabezamiento original en la lista de prioridades a que hacemos referencia): "A la gente normal lo que de verdad le importa es que se conozcan nombres y apellidos de todos los que han metido la mano en la caja, así como la cuantía de lo sustraído. Otrosí, nombre y apellidos de los que despilfarraron el dinero normal de la gente normal (arcas del Estado) en proyectos demenciales o absurdas indemnizaciones a banqueros de pacotilla; cuantía de los descalabros. A la gente normal le interesaría asimismo (enormemente) que ambas cuantías regresasen íntegras al lugar de donde partieron utilizando a tal efecto la institución que conocemos por el (al parecer pomposo) nombre de "la Justicia", rapidito y sin mamoneos".

Pero es aquí donde lamentablemente nos topamos con una muralla de dimensiones titánicas: la Justicia. Cuando yo era niño, mis padres confiaban en la justicia de una manera natural. Se sobreentendía por axiomático no solo que "quien tiene derecho lo ejerce", sino además que "el que la hace la paga". La justicia protegía la convivencia ciudadana aportando un sentimiento doble: la tranquilidad que procuraba el amparo ante los abusos y el canguelo que producía arriesgarse a cometer ilegalidades si habías de pagar después por ello. (Existían obviamente las excepciones de la cúpula del régimen y allegados, aunque este matiz no fuera conocido por todos los ciudadanos)

Ha bastado una generación (la mía, lamentablemente) para mandar a tomar por saco ese estado de cosas y substituirlo por el que disfrutamos ahora. Hoy las impunes cúpulas y sus allegados han proliferado y engordado de forma tan alarmante que llegarán a comerse a nuestros padres, abuelos y puede que a nuestros hijos: ¿Qué justifica que anden libres por la calle, por ejemplo, Correa y Matas -hay muchos más, ustedes lo saben-?

Seguro que hay razones técnicas que lo explican perfectamente, lo que por desgracia no me tranquiliza, muy al contrario me hace pensar que precisamente el hecho de que existan esas grietas o artimañas legales es parte de la basura que nos empieza a asfixiar en exceso. El derecho de pernada desapareció, pero nada me asegura que si Divar, en uno de sus viajes costeros de trabajo se hubiera beneficiado de forma unilateral e indebida de la parienta de un subordinado (es un ejemplo, entiéndanme; cuento con que ni se le ocurriría), nadie me puede asegurar, digo, a día de hoy que su conducta acabaría siendo castigada. Hay mecanismos (incluido el indulto) para que esto no suceda. También es (en teoría) ilegal y está penada la estafa, y sin embargo solo los estafadores al pormenor acaban en el talego. Los de alto standing están todos en la calle, y allí seguirán posando delante de nuestras narices, y además sin haber devuelto lo estafado. De manera que para mí ahora la palabra Justicia ha tomado un significado muy distinto al que tuvo cuando comencé a archivar conceptos en mi disco duro. Ignoro si mi perfil se corresponde a lo que mis representantes políticos considerarían como el de una persona normal, pero lo que es yo, diría que estoy que trino; más concretamente me veo aquejado de la irritación crónica que produce la impotencia de vivir rodeado de injusticia e impunidad. Diría que mi organismo vintage no está para dar el siguiente paso lógico a donde conduciría la anterior ecuación, esto es, a la rebelión, pero los hay más jóvenes y menos pacientes, y me temo que si no se fumiga de parásitos con determinación la casa (y se fumiga ya), saldremos a no tardar como tres por cuatro calles, como diría mi madre.