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No ha sido una sorpresa, Nos han rescatado y se quiera o no, lo pagaremos todos. 100.000 millones de euros no son una cifra banal y su repercusión económica nos perseguirá durante mucho tiempo.

Aunque el actual rescate no nos perjudicará como ha ocurrido con Grecia, sin afectar nuestra deuda soberana, demuestra, una vez más, la inestabilidad del sistema financiero de la Unión Europea (U.E). Podríamos decir que ha sucedido sin mucha trama ni melodrama, casi como si fuese una ocurrencia normal de cualquier transacción financiera a nivel estatal. Lo que s ha demostrado es que nosotros, los europeos, estamos todavía intentando solventar el problema subyacente de cada incipiente crisis económica.

El hecho de que España haya obtenido tan enorme rescate casi incondicionalmente demuestra que la UE, especialmente Alemania, ha efectuado un giro de 180 grados en su política crediticia y se ha rendido y resignado a los aspectos negativos de la crisis.

Con el apoyo de Alemania, cuya dependencia de la cohesión económica europea es inmensa, la facilidad en conceder el rescate a España está evitando posibles repercusiones políticas nacionales, demostrando el cambio radical en el entorno germano. Alemania aprobó el rescate sin demandar ninguna fiscalización sobre el sistema bancario español. Con esta nueva política financiera, se abren ahora las puertas a la total anarquía, pasando de las amenazas germanas de expulsión de los países miembros cuyos incumplimientos de las normas comunitarias son patentes a la aceptación de la divagación de los principios austeros. Para mí, Europa capitula delante del espectro alucinado de la crisis.

En mi reciente tesis doctoral, afronté los problemas que producirán los últimos integrantes de la UE, disfrutando actualmente, como lo hizo España y otros Estados occidentales, del sistema económico solidario de la UE a ingresar en un sistema contributivo con sus arcas económicas nacionales, agravando con este proceso el tejido financiero de la Unión. Con esta perspectiva veremos que Alemania, el segundo país más próspero en exportaciones del mundo, se verá en la obligación de cooperar con países que deberían tener una política fiscal equilibrada. Se encuentra que debe compartir un espacio económico crítico con países que padecen constantes déficits fiscales y comerciales. No nos extraña entonces que Alemania insista en aplicar su programa de austeridad, intentando de esta manera disciplinar a los Estados deficitarios con la finalidad de contener sus prácticas de gastos y endeudamientos.

En las revistas de economía, se comenta que altos funcionarios de la Unión están preparando la elaboración de un nuevo plan para estabilizar el sistema financiero europeo donde los Estados miembros deberán equilibrar sus presupuestos y ser fiscalizados en sus políticas de endeudamiento.

Con tal propósito, se pretende acelerar la anhelada integración fiscal europea en cuya tarea han persistido los germanos y los europeístas.
Aunque parte del problema económico europeo y su actual crisis ha sido la irresponsable práctica de endeudamiento de los países miembros, no es ajena a dicha crisis la deficiente situación de la balanza comercial de dichos países.

Es evidente que la mayoría de los países de la Unión pueden difícilmente competir con el monstruo económico germano, considerando que antes de la integración en la moneda única algunos países prosperaron con sus exportaciones disfrutando en las transacciones de los preferentes tipos de cambio, gastos de manutención y salarial. Esta ventajosa situación se ha desvanecido con la integración monetaria donde cualquier devaluación no está permitida, acentuando la inhabilidad de los países de la zona europea para competir contra el dominante país germano.

No hay duda de que todos los Estados europeos quieren mantener sus privilegios nacionales y cualquier movimiento hacia una centralización del sistema fiscal encuentra numerosos discrepantes. La gerencia de la política presupuestaria es actualmente y en definitiva una prerrogativa nacional. Cambiar este sistema producirá un cambio radical en el entorno europeo cuyos proyectos de restricción nacional han experimentado anteriormente recelos en los parlamentos estatales. Es difícil evaluar en este momento cuáles serán las reacciones nacionales cuando Europa intente implementar un sistema de integración fiscal, tal como se está contemplando en el entorno europeo. Serán funcionarios no-electos que dictarán las normas a seguir y obligando a los Estados a aceptar una total abnegación de sus facultades fiscales nacionales.

Controlado por un super ministro europeo y otros ministros de finanzas ajenos a los intereses del ciudadano de a pie degenerará en la sumisión fiscal de dicho ciudadano. Aunque el concepto parece apolítico, el grupo dirigente fiscalizador será muy politizado y casi dictatorial, decidiendo arbitrariamente quién podrá endeudarse y quién no. ¿Estarán los ciudadanos europeos preparados para aceptar una cierta restricción de los privilegios nacionales para poder acceder a líneas de créditos bancarios? El resultado podría ser la explosión de la masa crítica resultante.

En conclusión, debo confesar que la futura integración fiscal y política de la Unión estará jalonada por múltiples escollos, y como he mencionado más arriba, cuanto más extensiva será la integración más notorio será el clamor popular a favor de su soberanía nacional.