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No sé si se habrán fijado ustedes, pero ya casi no tenemos hipo. No hace mucho no había hogar donde el hipo no fuera como un miembro de la familia. Aparecía como una invitación, como un reto, para ver quién era el más hábil para hacerlo desaparecer. Las fórmulas aquellas de "cuenta hasta veinte sin respirar" y que te ponían al borde de la asfixia, así como el susto repentino y voraz que te ponía el corazón a cien, o tragar agua sin respirar, ya son historia. Buscando respuestas con cierta lógica, he llegado a la conclusión de que el hipo prácticamente ha desaparecido por simple agotamiento, como ese geranio que, aunque resiste como un cosaco, si no le das de beber en un momento determinado, la palma. Mi teoría es que la existencia del hipo está directamente relacionada con las fórmulas capaces de conseguir su desaparición. Si la sociedad en la que vivimos nos obliga a estar con el agua al cuello, a cortarnos la respiración, a contar si vamos a ser capaces de llegar a final de mes y a sumirnos en una continua taquicardia, ustedes comprenderán que no hay hipo que se resista por muy chulo que se ponga.