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Degustaba yo unos lomos de rodaballo en formato perol cuando de improviso me asaltó un inquietante pensamiento en formato crudité: ¿Aquí, quién tira del carro de verdad?

Para dar respuesta a la enigmática cuestión, y mientras me deleitaba masticando, improvisé un esquema en el que dividía nuestra sociedad en tres estamentos: a) Los contribuyentes, b) el Orfeón Donostiarra y c) el G20. Quizás podría haber encontrado otra clasificación menos estrambótica, pero sea por el vino blanco con que acompañaba al rodaballo, sea por la distracción que me produjo el contoneo caribeño de un grupito de turistas evolucionando frente a mis narices, di por buena la fórmula elegida y continué con mi elucubración.

Decidí empezar el análisis por el capítulo a) "contribuyentes": ¿Qué facturas tenemos domiciliadas los que ejercemos de "paganinis" como el que no quiere la cosa?. Como comprenderán, la situación placentera en que me encontraba no era la más propicia para confeccionar un estudio riguroso, de manera que me limité a dejar fluir las ideas por mi cerebro al mismo ritmo que los lomos y el verdejo fluían por el esófago. El primer cargo domiciliado en aparecer chispeante fue el del Senado. Efectivamente, pagamos la factura del Senado, factura desde todo punto de vista prescindible, toda vez que no sirve para nada práctico en absoluto (a no ser que incluyamos en el concepto "práctico" el gustirrinín que debe proporcionar a los senadores pertenecer a tan selecto club).

Pagamos asimismo la factura del Congreso de los Diputados. ¿Quién habita ese templo tan necesitado de sabrosos recursos? Fundamentalmente nutrimos allí a un (ya de por sí nutridísimo) grupo de personajes más o menos anodinos que se ufanan en maquillar sus cambios continuos de criterio, en buscar escusas en vez de soluciones, en entablar discusiones bizantinas, en construir o romper alianzas que en nada nos atañen, ya que nacen y mueren con el único objetivo de lucir o tapar (según los casos) genialidades o sandeces de la más variada índole, y que si mantienen un mínimo común denominador es el de la conveniencia para sus intereses partidistas, inversamente proporcionales estos (además) a nuestros intereses como ciudadanos. No obstante, reconozcamos que en su haber podemos computar un feliz aunque aislado hecho: por algún azar inexplicable del destino, a ninguna de las lumbreras que allí desarrollan su función se le ha ocurrido todavía habilitar diecisiete senados autonómicos para dar mayor gloria y esplendor a nuestra carismática organización administrativa pluridimensional.

¿Quién más anda por ahí pillando del frasco que nos esforzamos en balde por rellenar? Veamos: la casa real, antaño querida y respetada por una mayoría de ciudadanos, hogaño mirada de reojo por el grueso del pelotón que pedalea con la mosca detrás de la oreja; el propio gobierno, tan desorientado e incapaz como el anterior; los partidos políticos, perfectos instrumentos de tergiversación de la realidad, generadores incansables de fantasías insustanciales, buscadores voraces de triquiñuelas para el engaño, maestros del toreo al natural, esquivos mansos en la hora del merecido tercio de varas.

Mojando pan en la salsa tenemos también un amplio elenco de subvencionados, desde organizaciones empresariales y sindicales a empresas estatales improductivas a tiempo completo. Pero, ¡atención!, que a última hora se suman al festival los bancos que en espectacular pirueta nos piden que les financiemos ya que ellos no tienen muchas ganas de financiarnos a nosotros, entretenidos como están en blindar a expresidentes y exconsejeros mientras salen por pies tras cagarla, no sin antes pasar por caja para llevarse un pico.

¿Saben qué? Se acabó mi plato y mi botella. Se me agotó la vena de analista. Además pienso que no va a ser necesario desarrollar el estudio de los grupos b) y c) porque creo haber descubierto ya quien tira del carro.