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Ahora se empieza a llorar la casi segura disolución del Menorca Bàsquet, y a partir de ahora es probable que se tome conciencia de lo que ello va a representar para la Isla y no solo para los aficionados al baloncesto. Nadie puede decir que este final no estuviera anunciado. El redactor jefe de Deportes de este diario reflejó el pronóstico y sus consecuencias hace más de tres meses. Sin embargo la respuesta pública y social ha sido débil, sin la fuerza necesaria para conseguir el objetivo de jugar en la ACB. El Govern ha pretendido exhibir una imagen de compromiso, con unas gestiones con hipotéticos patrocinadores de los que el club no conoce ni el mínimo detalle, cuando hasta ahora se ha mostrado insensible con los intereses menorquines. La Isla está muy lejos de recibir la parte del presupuesto de Deportes que le corresponde. Los menorquines no tienen por qué poner un solo euro en el Palma Arena si con ello pierden la presencia de su equipo insular en la ACB. Tampoco la masa social se ha manifestado con energía. Ni el Consell. Sin la presión suficiente no se consigue el resultado esperado. El Menorca Bàsquet ha sido un proyecto insular de éxito, gracias a personas comprometidas. Ahora la Isla es más débil. Ha perdido algo que inspiraba ilusión, factor imprescindible para la esperanza.