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Antes se fumaba en todas partes sin problema alguno. Ahora es un problema fumar en cualquier sitio. El humo del tabaco, que antes formaba parte del perfume característico de cualquier ciudad, ahora parece ajeno, huele mal y apesta con solo que llegue una tenue hilada de humo desde algún cigarrillo. Me parece bien.

Todo lo que se haga por la salud general nos salva a todos. Sin embargo a veces se pone a la salud por delante para que nadie dispare, a veces se pone de parapeto algún objetivo noble o deseable para que nadie lo tumbe y no se vea qué esconde detrás, qué es lo que tapa. Porque muchas veces la intención se oculta bajo el velo de la innegable lógica, de lo que toca, y entonces nadie discute nada o queda inmediatamente desacreditado quien lo intenta o pretende. ¿Cómo defender poder fumar si fumar es irrefutablemente nocivo para el fumador y para sus vecinos, para todos menos para el del estanco y los de la tabacalera y los que recaudan los impuestos?

Pero para el Gobierno el problema del tabaco no es que mate al adicto y alrededores, sino más bien, que además de generar unos grandes ingresos a través del impuesto aplicado a cada paquete, conlleva una serie de gastos derivados de atender sanitariamente los males que causa el tabaquismo. He ahí todo el problema, la verdadera cuestión, si el Gobierno no pagara nada por cada enfermo fumador, si no le fuera reclamable, ni pudiera ser luego acusado, de poner o permitir un producto a todas luces venenoso para la salud pública, si no tuviera que pagar por tanto ninguna indemnización, ni ingreso o tratamiento hospitalario, la película sería distinta, sería otra, de otro género, de cine negro y gris pulmón. ¿Pues qué llevaría al gobierno a prescindir de tan altos ingresos si no llevaran asociados ningún gasto? La salud pública desde luego que no, ya se ha visto cómo le trae sin cuidado, cómo la ha desmantelado o descuartizado con tanto recorte y cortes de manga.

Sin embargo no se puede tapar para siempre lo que se esconde, no siempre vale o dura el escudo de buenas intenciones, y a veces uno se olvida , y deja entrever su verdaderas intenciones creyéndose ya a salvo y fuera de toda sospecha o suspicacia, a veces alguien asoma la pata y la mete. Y entonces ya no hay marcha atrás ni nada que decir o forma de desdecirse. Y así está ahora Esperanza Aguirre, tras asomar su pata y meterla, precipitada por sus ansias de grandeza y victoria. Pues ha afirmado que está dispuesta a permitir fumar en las instalaciones del macro casino proyectado para Madrid, 'cambiando la ley' ha dicho, claro, los políticos son expertos en cumplir las leyes tras modificarlas a su medida.

Eso sí, lo que quiere hacer Esperanza Aguirre no será razonable pero es del todo lógico. Ahora los gastos en sanidad son y serán mucho menores, el gobierno, amparado e inspirado por la crisis, seguirá reduciendo hasta el ridículo la cobertura de la sanidad pública y con eso el subsiguiente gasto provocado por el tabaquismo y por lo tanto incrementar los fumadores redundaría en aumentar la recaudación sin que repercuta en los gastos. Bravo.

Ahora bien, si cambia la ley del tabaco nuevamente tendrán que vigilar que no vengan en manada las denuncias por parte de los dueños de innumerables bares y restaurantes que en pocos años han tenido que invertir dos veces lo que no tenían, lo que aún están pagando, para cumplir con la ley que a su vez ha hecho inútil sus inversiones y a veces hasta su negocio. Pues si la ley se cambia de nuevo y tan arbitrariamente se puede demandar y ganar fácilmente cada juicio. No se corten.