TW
0

Hace poco, un fallo técnico, un cable suelto o una mala medida, junto con algo de prisas y muchas ganas de méritos se combinaron queriendo desmentir a Einstein y atribuyendo velocidades mayores que la de los fotones a otras partículas que finalmente no eran tan rápidas como la precipitación de querer sacarlas precisamente a la luz. Una anécdota, tal vez, pero no deja de ser significativo lo rápido que se extraen titulares sin que haya verdadera noticia, la velocidad de propagación de las prisas por asistir a algo nuevo y significativo, relevante, a algo por descubrir, a una nueva gran pregunta o a una respuesta a un viejo gran enigma. Todos quieren ser testigos del siguiente peldaño, hartos de repartirnos el escaso suelo, y unos pocos se disputan la autoría de la próxima altura, muchas veces tan poco estable que no tarda en ceder al peso de querer subirnos a todos o incluso a un par de expertos. Ahora se trata del bosón de Higgs, aunque esta vez no parece haber dudas, ni cables sueltos, la seguridad del descubrimiento se presenta estable y unánime, todos lo celebran. Entonces existe. Y hoy es otra realidad, estamos a otra altura, hemos subido un nuevo escalón, nos acercamos al infinito y al completo conocimiento, aunque el infinito tiene la peculiaridad de que por más que te acerques queda siempre igual de lejos. No importa. Avanzar es una dirección no una mejora, científicamente hablando, claro.

En este caso la dirección es miles de millones de años hacia atrás, a instantes después del primer momento, tras el estallido del Big Bang. Se teorizaba que en aquel entonces debió existir una partícula que haría de intermediaria entre el vacío y el tiempo recién inaugurado para llenar el espacio de un Todo esparcido (o esparciéndose), esa partícula, breve y ocasional, debía aportar a otras tantas partículas la propiedad de la masa y con ello la existencia de las cosas tal y como las conocemos o nos las explican. Eso pensaba Peter Higgs, de forma mucho más compleja y científica, 50 años atrás y luego muchos científicos y finalmente los gobiernos que invirtieron 6.000 millones de euros para certificar -entre otras cosas- esto a través del CERN y con el LHC. Y por lo que parece lo han conseguido. La noticia es por lo tanto muy relevante aunque mucho menos de lo que hubiera sido certificar lo contrario, esto es, que el bosón de Higgs no existiera, ya que eso supondría tener que romper los cimientos de toda la física que debería buscar sustento en una nueva teoría, hoy por hoy innecesaria.

Tras este magnífico logro y descubrimiento en el campo de la física cabe preguntarse si no podría hacerse algo parecido en el terreno político. No sé, invertir otros tantos miles de millones de euros y suficiente equipo de juristas, historiadores, filósofos, biólogos, politólogos, antropólogos, activistas, ingenieros, arquitectos y economistas, en construir un acelerador de justicias y razonabilidad, y no ya para buscar si alguna vez, en las primeras civilizaciones, existió de forma generalizada la partícula del sentido común (ahora tan bien escondida tras un avaricioso beneficio propio de unos pocos) sino más bien para generarla y proponerla, en un sistema nuevo, reflexionado, ideado desde el conocimiento y la experiencia. Aunque me temo que no, que para cambiar de rumbo y el mundo no se hará ninguna inversión ni planteamientos nuevos, que la historia dice que ninguna crisis ha cambiado la historia, que siempre ha sido justo después, tras no atenderla y dejar que irrumpiera sobre las ruinas, la catástrofe.