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Hay un cuadro que me impresiona por su contenido cada vez que lo veo: "Zeuxis et les filles de Crotone" (3,23 m. x 4,15 m.), pintado en 1789 por François-André Vincent (París, 1746-1816), un cuadro de un neoclasicismo lleno de encanto, expuesto en el Museo del Louvre, que representa la leyenda existente desde tiempos de Cicerón y de Dionisio de Halicarnaso, según la cual Zeuxis de Heraclea (Siglos V-IV a.C.), uno de los pintores griegos más cotizados y ricos de su tiempo -se paseaba por Olimpia cubierto por una capa con su nombre bordado con letras de oro; y decidió regalar sus obras, argumentando que nadie podría pagar por ellas el alto precio que valían-, eligió a cinco jóvenes de la ciudad de Crotona para crear un tipo de belleza ideal en su famosa obra "Helena de Troya", hoy desaparecida: quería pintar lo más bello de cada una de ellas y representar en una imagen muda el ideal de la belleza femenina, y a la vez cumplir el encargo de los habitantes de Crotona, una de las ciudades mas opulentas de Italia, de enriquecer las paredes del templo de Hera con una obra maestra incomparable.

En su "Naturalis Historia", una enciclopedia de treinta y siete tomos en cuya parte final se contempla el progreso de la historia del arte tratada desde el punto de vista de la imitación de la realidad, Plinio el Viejo (Gayo Plinio Secundo, nacido en Como en el año 23 después de Cristo y muerto en Estabias, en la bahía de Nápoles, durante la erupción del Vesubio del año 79) señala a Zeuxis como uno los cinco mejores pintores de todos los tiempos, junto a Apollodore, Parrhasios, Euphranor y Apelle; y junto a Phidias, Polyclète, Myron, Pythagoras y Lysippe como los cinco mejores escultores. Su realismo a ultranza originaba curiosas situaciones, como la que cuenta Plinio sobre las uvas pintadas por Zeuxis y la cortina pintada por Parrhasios (XXXV, 66): se vanagloriaba aquél de que los pájaros, cuando pintaba las uvas, acudían engañados a picotear la tabla, pero se sintió desengañado cuando fue a ver una cortina pintada por Parrhasios con tal verosimilitud que Zeuxis pidió que la descorrieran para poder valorar la obra, y se dio cuenta de que él sólo engañaba a las aves, y en cambio Parrhasios había engañado a un artista.

A partir del Renacimiento, la fama de Zeuxis se acrecentó con motivo las discusiones mantenidas entre los defensores de dos concepciones estéticas poco compatibles: la primera, defensora del arte mimético exacto, interesada en resaltar el virtuosismo técnico del trampantojo en su conquista de la ilusión perfecta de la naturaleza, se apoyaba precisamente en la anécdota de las uvas y que con tanto acierto describe Yves Bonnefoy (Tours, 1923) en "La vie errante suivi de remarques sur le dessin", cuando dice: es el cuadro de Zeuxis, las uvas que las aves furiosas tanto desearon y tan violentamente perforaron con sus picos rapaces, hasta que los racimos desaparecieron. Pintaba protegiéndose contra las aves hambrientas; pero estas llegaban incluso debajo de su pincel y arrancaban jirones de tela, llegando incluso a picarle los dedos, que sangraban sobre el azul, el verde ambarino, el ocre rojo. Llegó pintar en la oscuridad, pero las aves lo sabían. Se le ocurrió no pintar más, simplemente observar la ausencia de algunos frutos que hubiera querido añadir al mundo. Unas aves revoloteaban a distancia, otras se habían posado sobre las ramas, junto a su ventana, otras sobre sus botes de color. Era el tipo de obra que entusiasmaría a Procurante, el noble veneciano del que nos habla Voltaire en el capítulo XXV de "Candide o el optimismo" con motivo de la visita que hicieron un tal Martin y el propio Cándido, a cuyo palacio llegaron en góndola surcando las aguas del Brenta. Los jardines eran amenos y ornados con hermosas estatuas de mármol, nos cuenta Voltaire, el palacio de magnífica fábrica, y el dueño un hombre como de sesenta años, muy rico, que recibió a los dos curiosos forasteros con mucha urbanidad, pero sin mucho cumplimiento, cosa que aunque intimidó a Cándido, no le pareció mal á Martin. Después de almorzar se fueron á pasear á una espaciosa galería, y pasmado Cándido de la hermosura de las pinturas, preguntó de qué maestro eran las dos primeras. Son de Rafael, dijo el senador, y las compré muy caras por vanidad, algunos años ha; dicen que son la cosa mas hermosa que tiene Italia, pero a mi no me gustan: los colores son muy denegridos, las figuras no están bien perfiladas, ni salen lo bastante del plano; los ropajes no se parecen en nada a la ropa de vestir; y en una palabra, digan lo que quisieren, yo no alcanzo á ver aquí una feliz imitación de la naturaleza, ni daré mi aprobación á un cuadro hasta que la retrate bien; pero no los hay de esta especie. Yo tengo muchos, pero no miro a uno siquiera. ¿Pues no considera V.M., dijo Martin, que está aburrido de cuanto tiene? Mucho tiempo ha que dijo Platón que no son los mejores estómagos los que vomitan todos los alimentos. ¿Pero no es un gusto, respondió Cándido, criticarlo todo, y hallar defectos donde los demás solo perfecciones encuentran? Eso es lo mismo, replicó Martin, que decir que es mucho gusto no tener gustos. Según eso, dijo Cándido, no hay otro hombre feliz que yo, cuando vuelva a ver á mi Cunegunda. Buena cosa es la esperanza, apostilló Martin.

La segunda concepción es la de la imitación ideal, que transciende por su universalidad la particular belleza de la naturaleza, siempre incompleta, basándose a su vez en el pasaje de Plinio sobre las doncellas de Crotona, que Zeuxis pidió que se presentaran para examinarlas desnudas, elegir solo a cinco de ellas e incorporar a su pintura los rasgos más sobresalientes de cada una, destruyendo así la barrera entre el signo y el objeto que designa, y lograr así una representación tan transparente que pudiera confundirse con un pedazo de la realidad, a modo de icono. De esta manera inauguró un método para la creación de una belleza ideal que llegaría a convertirse en lugar común de la teoría estética. A partir de esta anécdota, Francisco Pacheco, maestro de Velázquez, explicó la importancia de este recurso en su célebre "Arte de la Pintura"

Zeuxis desarrolló una técnica a base de luces y sombras para sugerir volumen y profundidad, y consideraba el manejo de la luz, la captación de los efectos lumínicos, como su mayor descubrimiento. Ejerció una enorme influencia en la pintura griega y romana de la antigüedad, aunque Aristóteles le criticara su preferencia por la composición expresiva sobre la psicología de los personajes. A partir de su obra, la estética del trampantojo prevaleció en la pintura griega y fue sin duda el origen de los efectos de perspectiva que se encuentran a menudo en la pintura pompeyana, que figuraba en las galerías abiertas sobre los jardines, puertas entornadas donde se perfilan finas siluetas, y elementos arquitectónicos como columnas, puertas y frontispicios representados en la sala como "saliendo" de la pared.

Según la leyenda, Zeuxis murió de risa allá por el año 398 a.C., tras encargarle una anciana una pintura de Afrodita pidiendo que la usara a ella como modelo; anécdota que sirvió para posteriores autorretratos de artistas riendo, como el del pintor holandés Aert de Gelder (1645-1727), conservado en el Städelsches Kunstinstitut de Frankfurt; o el de Rembrandt, hacia 1665, en el Wallraf-Richartz-Museum de Colonia.

El cuadro de Vincent en el Louvre representa ese Zeuxis profesional, poderoso y seguro de sí mismo, algo endiosado incluso, en su estudio, junto a la gran tabla donde terminaría pintando a Zeus en su trono, su obra maestra, seleccionando entre juegos de luces a las más bellas de entre las jóvenes de Cretona que le presentaban semidesnudas para, con lo mejor de cada una, lograr su tipo de belleza ideal, esa belleza que dejaría plasmada en "Helena de Troya"; pero también deja ver la vergüenza de aquéllas mientras se exhibían, la inquietud de las que esperan, el orgullo de las elegidas, el estupor -mientras recoge su ropa- de la que acaba de ser ignorada y la decepción, el tremendo disgusto, de la que poco antes había sido rechazada. Era, con elegancia, un anticipo de los actuales -y tantas veces prescindibles- reality shows.