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Comodín en cualquier desayuno que se precie y cuyo nombre francés es posiblemente el que más dominamos, conozcamos o no ese idioma. Sin embargo dicen los entendidos que su cuna está en Viena y que se crearon para celebrar la victoria ante los turcos, de ahí su forma de media luna. Historias a parte parece ser que a ese compacto, mantequilloso y crujiente manjar, una invasión de semejantes en formas pero alejadísimos de los sabores tradicionales están invadiendo los mercados para saciar paladares poco expertos y que comen más por los ojos que por la boca. No sé ustedes pero yo sigo fiel a la filosofía del genuino croissant y que sin tener que ir a Francia para ello, los he degustado inmejorables en la pastelería Mauri de Barcelona. Ya sabrán ustedes que hay dos formas de tomarlos, una es a lo finolis, utilizando cuchillo y tenedor para sumergirlo en el humeante café con leche o chocolate a la taza y la otra es a pelo es decir, sujetando un buen trozo entre el índice y el pulgar. Si opta por esta segunda forma, la medida exacta en que debe ser sumergido es cuando usted note el calor del café con leche cubriéndole la mitad de la uña, ni antes ni mucho menos después pero eso sí, aunque estén para chuparse los dedos no lo haga. Esperemos que la cantidad no acabe con la calidad y que los paladares sigan sensibles a lo bueno, que de malo ya tenemos bastante para catar y empacharnos.