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Como en los próximos días vamos a tener que escuchar y leer toda clase de tópicos sobre Inglaterra y los ingleses, me gustaría hacer una aportación personal a este inofensivo juego veraniego, un anticipo de lo que nos aguarda cuando dentro de unos días comiencen las Olimpiadas.

Se puede empezar por el té. Ya se sabe que es la bebida nacional y que los ingleses consumen, según las estadísticas, media docena de tazas al día. Hay quienes piensan que se toma proverbialmente a las cinco en punto de la tarde. No es cierto: se bebe a todas horas del día y de la noche, y nada define mejor una casa inglesa que el kettle siempre enchufado calentando el agua para el té con su silbido de antigua locomotora.

Parece que el té en sus orígenes era bueno y que los ingleses encontraron la forma de estropearlo diluyéndolo con leche fría y tomándolo sin azúcar. No obstante, a ellos les gusta así y están siempre dispuestos a ofrecértelo.

Este es un ejemplo que contó hace años el Daily Express. En agosto de 1940, durante los bombardeos de la Luftwafe sobre Inglaterra, un piloto alemán fue derribado y quedó malherido en el suelo. Dos damas que le habían visto caer se acercaron solícitas al lugar en que yacía. El piloto las vio llegar y preguntó, con la congoja propia del caso: "¿Creen ustedes que si me encuentran los soldados me van a rematar?". Las damas se quedaron al principio mudas de horror. Finalmente le respondieron: "Oh, no, en Inglaterra no hacemos estas cosas... ¿Le apetecería tal vez tomar una taza de té?"

Y sin embargo el té se convirtió en la bebida nacional más bien por casualidad. En el siglo XVIII comenzaron a importarse grandes cantidades de café y azúcar de las Indias Occidentales, pero el gobierno decidió gravar esos productos con fuertes impuestos para poder reexportarlos. Así quedaron fuera del alcance de la gente. El té, en cambio, mantuvo tasas muy bajas y se convirtió en una bebida asequible para todos, la bebida nacional. Fragilidad de las cosas patrióticas: como escribió Niall Ferguson, la preferencia de los ingleses por el té sobre el café tiene su origen en la política fiscal.

Si el té es la bebida preferida de los ingleses, el tiempo es con diferencia su conversación favorita. Podría pensarse que se debe a la inestabilidad, ya que en un solo día, incluso en verano, se suele pasar del cielo encapotado a una fina lluvia, a un poco de sol, a súbitas y breves tormentas y otra vez el sol y otra vez la lluvia. ¿Cómo no hablar entonces continuamente del tiempo? Pero esta es la explicación digamos técnica. La verdadera razón es el carácter reservado de los ingleses, la prevención a expresar sus opiniones ante desconocidos. La reserva hace que esté mal visto hablar de política, de religión, de enfermedades, del trabajo, de los vecinos y de todas las cuestiones personales; sólo quedan dos temas, las aficiones y el tiempo. Pero como hablar del tiempo es la primera afición de los ingleses, en realidad no queda más que un tema de conversación: el tiempo.

Es verdad que uno consigue sobrevivir con muy pocos conocimientos de inglés siempre que se fabrique un pequeño vocabulario sobre el tiempo. Bastan media docena de palabras combinadas adecuadamente para poder mantener innumerables conversaciones. Para los días malos son fundamentales "nasty", "gloomy" y "dreadful" (horroroso, lúgubre, terrible); para los menos malos son esenciales "nice", "gorgeous" y "sunshine". Porque a veces, por extraño que parezca, hay "sunshine", brilla el sol, y la gente sonríe, las terrazas de los pubs se animan, los balcones se llenan de gente en bañador y los parques de chicas en bikini.

Pero, ¿brilla realmente el sol en Inglaterra? Los escépticos lo dudan y Julio Camba creía decididamente que no. En sus años de corresponsal en Londres veía todas las mañanas desde la ventana de su cuarto un sol tímido, acatarrado, tiritando sobre un cielo invernal de nubes muy bajas. Un sol inglés. Sus rayos pálidos le daban tanta pena que un día, según cuenta, encendió la chimenea, lo miró fijamente y le propuso que se sentara a su lado… para calentarse un poco.

Esto es lo que ocurre en Inglaterra. Aunque ya se sabe que todo el mundo se queja del tiempo y nadie hace nada para solucionarlo.

Claro que en la lista de tópicos no puede faltar la comida. Madame de Sévigné escribió: "Hay tres cosas importantes en la vida: la primera es comer bien, las otras dos se me han olvidado". La señora marquesa no tiene crédito en Inglaterra.

Hay quienes dicen que los ingleses sienten una gran indiferencia por la comida, pero otros creen que es más bien hostilidad. Las cosas han llegado a tal extremo que hace unos años se propuso crear una Sociedad para la Prevención de la crueldad con los alimentos.

El problema es que nadie sabe realmente qué es la comida inglesa. Para hacerse una idea lo mejor es (descartando el almuerzo, que consiste en un sándwich, y el sólido desayuno) analizar el plato clásico de una cena. Puede contener carne de cerdo o buey o cordero, tal vez con una sala de menta o de manzana. Pero hay dos reglas que no se rompen jamás. La primera es que la carne debe ir acompañada de dos vegetales: guisantes, tomate, lechuga, zanahorias, patatas nuevas, coles de Bruselas, coliflor. Se puede elegir cuáles, pero tienen que ser dos. La segunda norma es que los alimentos en el plato difieren por el color pero no por el sabor: los guisantes no saben distinto de la coliflor o del brócoli. La cocina inglesa es la prueba irrefutable de que los sentidos nos engañan, especialmente la vista.

Natalia Ginzburg, que vivió en Londres en los años sesenta, lo sabía muy bien y comentaba que "en todas partes se comen más o menos los mismos platos, los mismos bistecs oscuros y rizados, con un tomatito hervido al lado y una hoja de lechuga sin aceite ni sal". Parece que ella no tenía una gran opinión de las carnes y las verduras inglesas.

Tampoco tenía una alta opinión de los postres, aunque reconocía que, para ser justos, no hacen realmente ningún daño.

Para ser justos también, no todo está perdido, al menos en Londres, donde se puede recurrir a las delicadas empanadillas al vapor de los cantoneses del Soho o a los abrasadores currys de los indios de Brick Lane y Southall. Comida buena, excelente. Solo que no es inglesa.

Así que, si viajan a Inglaterra, quizá para las Olimpiadas y me permiten un consejo, tómense algún té en aras de la tradición, hablen mucho del tiempo para que los nativos se sientan cómodos y prueben la cocina inglesa. Será una experiencia única. De las que se cuentan al volver a casa.