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Apenas la carta en el buzón y ya viajaba de regreso…, con la ilusión de una intuida, pronta y favorable respuesta; ésa era su sensación. Era su ayer de la correspondencia postal, cuando, avanzada la segunda mitad del pasado siglo, mi padre se carteaba familiarmente con sus hermanos. Como si de un rito se tratara, con periodicidad mensual, emprendía puntual y delicadamente la tarea comunicadora. Primero en el papel, con atildada caligrafía, vertía una porción de su morriña -nostalgia, prácticamente crónica- que sazonaba con unas gotas de intentado "sentidiño" ("seny", probablemente, en nuestro uso coloquial), emanadas en esencia de la fuente del poco tener y ofrecidas, a un tiempo, en gárgola del que tampoco nada debe. Mezcolanza de sentimientos, salpicados por alguna lágrima disimulada de evocaciones, que se acentuaba cruentamente por la distancia y por la escasez de posibles... ( siempre los mismos linajes : tener y no tener…), que impedían -como lamentablemente sucedió- el deseo firme de volver a verse y abrazarse. Se apañaba, volvamos a la carta, con una vetusta estilográfica que, como su afamado paisano don Camilo, el escritor, mojaba directamente en el tintero; le resultaba, decía, más práctico -y menos embarazoso- que tener que rellenar la amortizada pluma a cada instante, eso decía...

Después iniciaba su particular peregrinaje. Acudía en primer lugar al estanco, para que peritaran su franqueo (una a Buenos Aires, otra a La Coruña…). Luego, holgado de pendientes, despachaba airoso las cartas en el buzón más próximo. Importante en la vida -aseguraba- es tener con quien puedas tus angustias compartir… (y descansar después, tal vez). Las quejas de sus hermanos, al parecer por la demora en recibir sus noticias, le indujeron a modificar su praxis. Acudamos a la central, se dijo… ( la de los leones, y en boca "exterior", precisaba). Pese a presumir de haber avanzado con su nueva estrategia, los lamentos fraternales no cesaron. Ya por último, con el argumento de "y además me pasearé…", apuró su siguiente recurso. Así, coincidiendo con los días en que atracaba el "Correo" (por algo se llamará así…, se animaba confiado), se dirigía al antiguo muelle comercial y depositaba -con unción- las cartas en la saca pública, anclada al pie de la gradilla de embarque. De regreso a casa, mientras afrontaba la escalinata, con movimientos lentos, aplazados, de seguros trancos, solía murmurar: "por mí no ha de quedar…" y suspiraba…

No recuerdo si las quejas de mis tíos amainaron por haber acertado… o por resignado cansancio. Sí me consta que, con el transcurrir de los días, de las cartas se pasó al teléfono. De aquellas palabras meditadas, tachadas y de nuevo recapacitadas para mejorar su discurso y puede que su mejor sentir, pasaron a la comunicación telefónica, verbal y más ágil, sí; palabra medida cuando no cronometrada y convencional, a veces, con el temor, comprobado, de que la inmediatez rara vez atemperaba la locución de malas nuevas… y callaban (segundos sempiternos de angustioso silencio) o titubeaban y flaqueaban, las más de las veces. Las buenas noticias -sentenciaba, pasado el mal trago- viajan solas…

Hace pocas semanas, una diligente funcionaria me comentaba, que, en nuestra ciudad, se ha procedido a la retirada de varios buzones postales; cercanos, tubulares -tocados en lo alto-, también con ese cromático y familiar amarillo... Sin proponérnoslo, guardamos, a la vez, unos instantes de contrariado silencio -la gratitud puede también mostrarse en silencio- que no sumiso (con la que cae…). Después, ella siguió con sus obligaciones y su sonrisa puede que obligada; inferencia, si así fuera, de temores e incertidumbres. Por mi parte, lamenté haber perdido otro signo próximo y conocido -detonador de recuerdos- y me sumé, quizás ingenuamente, a una reflexión insinuada en la entrega de los recientes galardones FAD de arquitectura, que en síntesis argumentaba: "Se cuestiona el derribo de casas, porque aniquilan la memoria del lugar…" Mi particular lectura, aunque quizás yerre, es que nadie ni nada desaparece del todo de nuestra memoria, si su recuerdo -su buen recuerdo- nos acompaña; tampoco descarto que eso, como todo, vaya en gustos y opiniones.