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El pasado fin de semana, Pérez-Reverte escribía en "el Semanal" un artículo titulado «Siéntate aquí chaval». En él, contaba sus primeras experiencias como periodista y el apoyo recibido de un viejo redactor, que le ayudó a superar sus primeros balbuceos y le enseñó muchas cosas en ese mundo de tiburones disfrazados de caimanes o viceversa, que es, muchas veces, el periodismo.

Sin asomo de intentar compararme con la experiencia vital, calidad humana e intelectualidad del maestro, me sentí identificado con su escrito, me conmovió, porque en alguna forma, aunque desde la modestia, me pasó algo parecido.

Tenía yo unos cuarenta años y pasaba un mal momento en muchos aspectos. Necesitado de «cash», encontré trabajo de periodista en una revista médica. Entonces bastaba con que tuvieras un título universitario en Humanidades para que te admitieran.

En mi primer día en la redacción, me tuve que enfrentar a la desabrida presencia de Mara, la redactora jefe (en realidad se llamaba María, pero algunas snob se ponen nombres de perrita pekinesa). Mara era un cruce entre Cruela Devil y una especie de basilisco-hembra que inundaba de baba toda la redacción. Mara, además, odiaba los hombres.

Mara, hasta que el día en que me planté, me humilló muchas veces (yo no andaba sobrado de autoestima por entonces). Naturalmente el día del plante había encontrado trabajo en "Sístole", la revista rival de la nuestra.

La venganza siempre se sirve fría.

Como decía, mi primer día de trabajo fue amargo. Mara entró gritando a todo el mundo (probablemente creía que gritando se tiene más personalidad) y dirigiéndose a mí, sin más preámbulos, me dijo "¡Ah, tu eres el nuevo, bien: quiero, para pasado mañana, un informe de 35 folios sobre Investigación en Atención Primaria".

¿Qué hago, a dónde me dirijo, a quién me dirijo, cómo me las voy a arreglar? ¿Qué es Investigación en Atención Primaria? Todo eso pensaba yo entonces.
De pronto, alguien me dijo: "siéntate aquí chaval". Era Pablo, un personaje como el de Reverte: veterano periodista, curtido en mil batallas, aunque tan humillado como el resto por Mara, porque hay que comer...

"Siéntate aquí chaval" dije que dijo, como "el suyo" a Reverte. Sin embargo había una diferencia entre nosotros y aquellos dos: Reverte era un jovencito y su personaje alguien mayor. Pablo y yo, en realidad, éramos los dos cuarentones, pero él llevaba encima veinte años de periodismo y yo era un "tout juste arrivé".
Pablo me regaló su mejor tesoro, el mejor tesoro que guarda en su caja fuerte todo periodista: su agenda de contactos. Inmediatamente me puse en marcha y localicé a un médico que se dedicaba, precisamente, a la investigación en el tema que se me había encargado, se llamaba José Gervas (Gervas, no Gervás, repetía siempre). El entrevistado era un "piquito" y el informe me salió redondo, por más que Mara me pusiera toda clase de objeciones, simplemente para humillarme.
Además: ¿Por qué siempre tenía que cambiarme el titular? ¡Sieeeempre tenía que decir la última palabra!

Ni que decir tiene, que desde entonces Pablo y yo nos hicimos muy amigos. Al cerrar la edición, de madrugada, desvelados y con pocas ganas de irnos a la cama, pasábamos por Malasaña a tomar copas hasta altas horas y a contarnos nuestras penas. Yo estaba entonces como Chiquito de la Calzada en eso de "no puedo, no puedo" y un día Pablo me dijo: "deja de ir de minusválido y ponte las pilas". Pablo me salvó.

Mi amigo me enseñó también lo que todo periodista debe saber: como, por ejemplo, que en una entrevista el protagonista debe ser el entrevistado y no el entrevistador; que la pregunta debe ir cortita y dejar que se explaye el preguntado... Y muchos trucos más que me hicieron superar la angustia inicial del trance y con el tiempo saborear con placer mi nueva actividad (que no profesión).

A Pablo le perdí de vista (la vida es así) cuando me marché a Sístole. Luego, cinco años después cuando yo ya había abandonado aquella etapa periodística de mi vida, me enteré que, a diferencia del personaje de Reverte, que según él nunca pasó de ser "anónima Infantería, toda ella, sin demasiado futuro" Pablo, en cambio, tuvo éxito (en este mundo en el que triunfa la mediocridad, a veces –pocas– llaman también a los buenos), acabó siendo jefe del gabinete de prensa de una Consejería de Sanidad. Sin embargo el triunfo le duró relativamente poco. El mismo antiguo compañero, que en un encuentro casual, me comentó el ascenso de Pablo, me dio también la noticia de su muerte prematura. Ya saben: "tras larga y dolorosa enfermedad".
Gracias amigo. Descansa en paz.
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terronponce@telefonica.net
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