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Icono del viaje vacacional. Su tamaño mengua y crece en importancia con la implantación de las 'low cost'. El embarque se ha convertido en un sinfín de pasajeros jugando al Tetris para colocar equipajes sin pasar por caja. Vuelo Barcelona-Menorca con Vueling. Principios de julio. La mayor de mi tribu: "¿Nos darán cacahuetes?". Respuesta paternal al estilo Ozores: "No, hija, no". Se mira el menú de abordo y sus ojos hambrientos se paran en el bocadillo de jamón serrano. "¿Pedimos uno?" El precio, y más después de volver de un viaje, y la presumible calidad del tentempié no invitan al "sí". Nueva respuesta al estilo Ozores. Ella se conforma. Ahora pienso que igual debería haber dicho "sí". Y pienso, que alguno de los pasajeros que trajinan bultos con dimesiones fronterizas con lo permitido para no facturar deberían haberlos facturado. Y pienso que alguno debería haber pagado el suplemento establecido para elegir asiento. A partir de ahora, piense usted que darle un dinerillo extra a Vueling no es un gasto, no es tirar el dinero. La desaparición de la testimonial Air Europa nos deja en manos del futuro de la compañía que preside Josep Piqué en lo que respecta a una de las dos conexiones estrellas de la Isla cuando no pica el sol. Comprarse el bocata, facturar la maleta, ya no es un despilfarro, es una inversión, una contribución a que Vueling goce de buena salud económica y larga vida. Y, con ello, cualquier posibilidad de volar a Barcelona en invierno.