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Envejecido, y no únicamente por su enfermedad, penetró en la habitación número 6 del viejo hotel, acompañado por un botones abúlico. Le dio diez euros. A su salida, el empleado cerró con fuerza la puerta. El "6" se estremeció y se desprendió parcialmente de la madera a la que estaba clavado, mudándose, por azar, en un nueve… El botones nunca tuvo conciencia de las inauditas repercusiones de aquel portazo…
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Saludó el silencio. Saludó la soledad. Estaba familiarizado con ellas. Lanzó sobre la cama los análisis, su irrevocable sentencia de muerte… Buscó el mini-bar con la inequívoca intención de emborracharse. Desde un ventanal se divisaban los neones de la gran ciudad y la lluvia que se empecinaba en abrillantar el anti poético asfalto sobre el que personas, de toda índole y condición, eran ya solo puntos agitados que corrían hacia… Recordó el golpe de la puerta al cerrarse y se preguntó si diez euros de propina eran pocos o muchos, hoy, para un botones… Mientras deshacía su pequeña maleta, el número seis, mudado ahora en nueve, seguía meciéndose pendiente de un clavo… Para cuando se quedó ya estático, alterando el orden lógico de las habitaciones, él ya había concluido su "liturgia" habitual: la ropa cuidadosamente depositada en los cajones, el traje en el "galán de noche" y la foto de ella en la mesita… Al silencio y a la soledad se les unieron el peso de la viudedad ("treinta años" –se dijo-) y el vacío de unas ausencias. "La sombra de una dictadura es alargada" –parafraseó a Delibes-. Su dureza personal, la férrea educación recibida, el sectarismo, la euforia de los vencedores, su carrera militar mal asimilada, su orgullo y su tozudez le habían ido separando lentamente de su hijo por razones ideológicas… Hasta el estallido final: el día fatídico en el que decidió expulsarlo de casa, de aquella casa que, a sus 19 años, era, todavía, para el muchacho, su paraíso… ¿Ahora tendría…? Décadas sin contacto alguno. Ruptura unilateral por su parte. Rechazos constantes a una reconciliación. Sabía por terceros que era padre de una niña, un buen hombre, un inmejorable marido… Miró por el ventanal y esbozó un último anhelo: volverlo a ver, besar a la pequeña, abrazar a su nuera, pedirles perdón… El cáncer era reciente. El otro, atávico… ¿Cómo podría localizarlos? Agarró la última pequeña botella de whisky del mueble bar y la ingirió de un trago…
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Les costó encontrar su habitación, la número 9. Inexplicablemente el 9 aparecía después del 5… Divertidos, se percataron del ilógico orden de las habitaciones de aquel viejo hotel en el que habían recalado por pura casualidad. Las carcajadas se incrementaron cuando se dieron cuenta de que la puerta no estaba cerrada con llave… Las luces de neón alumbraron el cuerpo de un hombre, de una mujer y de una niña al entrar… Entre carcajadas buscaron la luz. El viejo, asustado, improvisó una queja (¡intrusos!), pero enmudeció cuando el interruptor ejerció su función. Fue el preciso instante en el que los reconoció y en el que supo que aquella propina de diez euros había sido su último acto de injusticia…