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Hay un punto del espacio que contiene todos los puntos del universo. Quien tiene acceso a él puede ver el pasado y el futuro tan nítidamente como vemos el fondo marino de nuestras playas o el cielo estrellado en una noche de verano.

Borges sin duda lo conocía y nos habló de él en el Aleph pero en un juego irónico, tan propio de él, hizo pasar su descubrimiento por un relato de ficción.

Cuando Johahn S. Bach compuso su "Arte de la fuga" sabía que dos siglos más tarde un escultor vasco le dedicaría un libro que a su vez sería expuesto en las paredes de un antiguo convento. Cuando Chillida hizo este libro en 1997 tenía claro que las serigrafías iban a ser colgadas diez años después de su muerte en el Centro de Cultura de Sant Diego. Quien visite la exposición puede darse cuenta de que los grabados, así como las terracotas menorquinas, parecen concebidos a propósito para estar en el lugar donde están ahora expuestos hasta el domingo, fecha a partir de la cual viajarán al Molí de Dalt de Sant Lluís.

Y todo eso también lo había visto Borges cuando se topó con el Aleph en el sótano de una viejo caserón de la calle Garay, en Buenos Aires.