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Las vacaciones, las noches tropicales de vueltas y más vueltas en la cama y la inactividad muscular que reclaman las temperaturas de la parte central del día convierten el verano en tiempo propicio para las siestas imperiales, versión XXL de las cabezaditas de la temporada baja. Algunos, incluso, se regalan siestas del carnero, aquellas que se disfrutan antes de comer. Las juergas nocturnas, salir a pescar mientras lo hace el sol o las largas cenas son otros de los aspectos que promueven la proliferación de las siestas en verano. Tampoco ayuda a mantenerse despierto el contenido de los telediarios, que entre noticia del tiempo y reportaje costumbrista estival del tipo qué hacer cuando le pica una medusa, nos cuelan noticias tan aberrantes como que al ahorrador engañado por su banco no le van a devolver la totalidad de sus participaciones preferentes mientras a los ejecutivos de estas mismas entidades les limitan el sueldo a unos míseros 500.000 euros. Estas salvajadas gestadas en Bruselas, padecidas por humildes trabajadores y agradecidas en grandes yates, están llevando al contribuyente al límite de su paciencia, aunque de momento impera la fría responsabilidad, como la que demuestran los jubilados ante el copago de la pastilla o los calculadores padres ante el sablazo del IVA en el material escolar, aumento de un copago educativo ya asumido por tradición. Pero cuidado con tensar más la cuerda, porque algunas siestas tienen muy mal despertar.