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Diego Orfila Camps, natural de Sant Lluís y zapatero de profesión, se vio obligado junto a su esposa Catalina Pons Vives de Mahón y su hijo Diego de corta edad, a abandonar la isla. Cruzaron el charco con el vapor y, al llegar a Barcelona, les esperaba un largo recorrido en tren, que aguantaron estoicamente, la ilusión de juventud y las ansias de prosperar para ofrecer un porvenir digno a su hijo les hacía más llevadero aquel trayecto.

Menorca vivía tiempos difíciles, el calzado se encontraba a la deriva, habiendo perdido su gran industria de monederos de plata y oro. Más de una década llevaban cerradas las que en un tiempo ofrecieron muchos puestos de trabajo.

Si en su día el marinero de la "Santa María" gritó "tierra", También aquella mañana de grato recuerdo para la joven esposa escuchó cómo su esposo le decía "Catalina, allá a lo lejos se ve Calais". Después de recorrer de sur hacia el norte de Francia, les esperaba la aventura en la ciudad más septentrional de la región. Transcurridos más de ochenta años, continúa siendo muy industrializada, la agricultura se mantiene en un nivel muy importante y en sus pequeños y bucólicos valles del interior predomina la ganadería al igual que sus puertos pesqueros, el de Boulongne-Sur –Mer, el primero de Francia.

Allí entre tanta productividad, le esperaba un puesto de trabajo en una gran fábrica de calzado donde se encontró con otras seis familias de la isla. Todas ellas debidamente instaladas en edificios que la empresa destinaba para sus empleados. Las cosas iban saliendo tal como habían deseado, incluso el nacimiento de su segundo hijo, el 29 de septiembre de 1930, entre los cantos de los viñateros, vino al mundo una niña se la llamó Juanita. La misma que ha sido tan amable de ir contándome de aquel tiempo.
Continuó diciéndome: Mis padres tenían trabajo, pero la tierra tiraba, en las cartas de la familia les escribían que con la llegada de la República, el país salía de la miseria, animándoles a su regreso. Y así fue. El calendario marcaba 1933, cuando desembarcaron en el puerto mahonés. Atrás dejaban unos años de su vida, vivencias y amistades.
Diego, son pare, cambio los bártulos de zapatero por los de fondista. Alquilando la casa Fonda na bermea de la calle de las Moreras, esquina con la del Bastión. Respaldado por su mujer, muy trabajadora, luchadora, sa feina no li feia por, dos mujeres le ayudaban. Maria rovallet, i na Maria camamil·la mientras es bessó servía las mesas en el comedor de oficiales. Mesas preparadas adecuadamente con blancos manteles, que aquellas mismas mujeres que limpiaban se encargaban de la cocina, lavaban frente es còssil, planchando al almidón.

Dos horas antes de servir a los señores, a las doce, lo hacían en otra habitación a la gente más humilde, solían pagar a cambio de embutidos, quesos, huevos, lomo de cerdo, etc. Otros llegaban de diferentes pueblos con su cesta y sus cazuelas, consumiendo la bebida y cafés de la casa, todo estaba permitido, la buena armonía y servitud, eran primordiales en casa Diego.

Continuó explicándome peripecias de la posguerra al enfermar el cabeza de familia, traspasando aquel negocio, donde tan feliz había sido la niña, junto a sus amigas del lugar, guarda un grato recuerdo de las hijas de la farmacia Pons, Can Matxani Juanita de casa Beltrán, el señor Bili el procurador la tienda de casa Llompart. Imágenes inolvidables, el pavor producido por las tres bombas que fueron a parar en aquel lugar, el derrumbe de la casa del señor Carreras en carretó, Donde nació el doctor Orfila. De cuando su padre ayudó en los trabajos del túnel que iba hasta la calle de la Luna, cruzando el de las Moreras, los montones de peltreix aprovechados para hacer guerra de piedras entre chicos de diferentes barriadas.

A partir de aquel momento un duro peregrinaje, con tal de poder subsistir. Una vez más su madre demostró su fortaleza abriendo una casa de bebidas. Una cantina frente el cuartel de Santiago, despachando aguardiente, moniatos asados, habas y cacahuetes. Las familias iban y venían probando diferentes clases de negocios, la escasez y el estraperlo invitaban a ello.

En Mahón vivían muchos militares, y se encontraban infinidad de transeúntes, todos los meses llegaban los populares representantes, no todos se alojaban en hoteles, buscando una alternativa más económica. Ello motivó una vez mas a bajar al centro, frente la pastelería de casa Adrián, en lo alto de la chocolatería Escudero y su esposa na Bosch, alquilaban habitaciones para dormir y otras de realquilados. Entre ellos el cantante Paret y su familia, en la casa se encontraba una variedad de estamentos. Militares que no disponían de pabellón, en invierno mi madre les añadía en la habitación una mesa camilla varias sillas, con derecho a cocina. Otras se instalaban un hornillo para poder calentar la leche o cualquier otra cosa.

Mientras tanto su padre trabajaba de albañil con el constructor en Pacífic de la Explanada. Entrando dos jornales, no anava malament del tot.

Entre risas, Juana recordó las fiestas de Villa Carlos de 1944. No tenía permiso de sus padres, pero hizo una chiquillada junto a una amiga, ¿quién le iba a decir que en el interior del correo iba a conocer el que seria el hombre de su vida? Un joven molt guapo Miguel Tudurí Orfila, casándose en Santa Maria el 25 de noviembre de 1948, bendijo la unión el señor Tutzó. Un suculento desayuno les esperaba en la finca de Son Pancraç, el novio cuidaba del lugar, siendo el aparcero de la finca de Santa Margarita de Llucmessanes. Aún hoy recuerda la distribución del mobiliario, la casa predial era muy bonita y entre familiares y amigos llenaron sus estancias, también el esposo aportó un precioso dormitorio nou de trinca de casa Victori y un comedor inglés. El cubrecama fue una novedad el tapicero de aquella casa de muebles, lo confeccionó, era una preciosidad.

Juanita, ¿qué más recuerda de aquel día tan feliz?
Que fuimos con el Ford d'en Pons, los invitados con las galeras de Teixidor, que entre familiares y gente de compromiso hicimos una taulada, les enseñamos la casa, abriendo armarios y cajones como se estilaba. Las jóvenes quedaban prendidas al ver mis camisones, todos ellos confeccionados por doña Carmen, esposa de Marques, sestelet, propietario de la casa esquina de la Ravaleta con la calle Nueva, ahora perfumería, me querían mucho y me obsequió con varias camisas de dormir de percal en tonos pálidos con nido de abeja y flores al carril, eran un sueño, hechos por ella.

Yo tenía dieciocho años, me sentía muy arropada por mi marido, a los once meses nació nuestra primera niña. El dueño de la finca se casó y tuvimos que salir, cambiándonos varias veces, algo que se acostumbraba entre la payesía.

Por fin, tras un largo peregrinaje, llegamos a Sant Lluís, otras sínies más, hasta que debido a la salud de mi marido, pasó al taller de bisutería Rivi, siendo muy solicitado por el maestro de obras Pedro Pons, ofreciéndole el puesto de primer oficial y lo aceptó. La vida nos sonreía, fuimos padres de dos hijas y un hijo, siempre trabajando, el en la obra y yo de jornalera cobraba a una peseta veinticinco céntimos la hora, el máximo que cobré fue a 30 pesetas. Era un oficio que aprendí desde mi infancia, a los catorce años estaba de criada en Bini Aixa de ses Piques, el matrimonio no tenían hijas y me querían mucho.

¿Qué opinión le merece el mundo actual ?
Que no tiene nada que ver con el que yo conocí. Soy una apasionada de la lectura, leo todo cuanto puedo, empezando por tus Xerradetes, que ya sabes hace muchos años soy una adicta. Apenas fui al colegio en Fontiroig con doña Magdalena Humbert, lo que equivale que tuve que aprender como pude. Hoy acuden al colegio hasta que se casan, com aquell que diu.

Los niños y jóvenes disponen de cuanto quieren y más, a diferencia de nosotros, que íbamos a fregar platos por las casas subidas en lo alto de un cajón, mientras los niños con siete años y menos, los ataban en lo alto de una mula cargada con las jarras de la leche llevándola desde la finca a la ciudad a sa lechería.

Debo citar, nuestra última estancia fue en sa sínia des Molí d'Enmig d'en Faustino y sus hermanos, una familia estupenda, principalmente Faustino, era un caballero. Todos los días mi esposo me preparaba un carro con una rueda, al estilo que usaban en el pueblo para bajar a Mahón, la cal y otros productos. Colocaba las jarras de la leche, las verduras, huevos, en verano frutas etc. yo lo iba empujando hasta la tienda de comestibles en el Cós , llegamos a tener muy buen relación.

Curiosamente, poco después de haber entregado sa sumada, se presentaba el propietario del Xoroy de Alcaufar comprando lo que precisaba, aludiendo que eran únicas.

Cuando dejamos aquel lugar, mi esposo se vio sorprendentemente bautizado por en Miquel des molí. En la actualidad es Son Parroquet, no tiene nada que ver, han desaparecido los estrechos caminos, al pasar por el lugar se echan en falta los característicos ruidos propios de las norias, el correr el agua por las canales, el mugir de las mulas y el ladrar de los perros, al pasar por el lugar.

Estoy a punto de dar la charla por finalizada, dándome cuenta que no le he preguntado nada de lo que llevaba en mi cuestionario, al ir deshilando el ovillo de tan preciosa vida, de esta hermosa mujer por dentro y por fuera, me e resistido hacerlo, a pesar de haber transcurrido seis años de enviudar, aún vive el luto que aquel joven tan guapo del correo de Villacarlos dejo en su corazón, bailarines, alegres, tan unidos, dejó la profunda huella que tan solo cincela el gran amor. Si Dios quiere vendrán otras fiestas de Sant Lluís, el pueblo que los vio junto a sus hijos, Niní, Mª. Ángeles y Miguel, después llegaron Merche, Biel y Joan, los nietos, los biznietos, y podríamos continuar la charla entre el polvo de la arena de fiestas pasadas, sentados en el café de Can Periquet, mientras sus tres retoños se paraban frente las turroneras comprando las pelotas y los molinillos de viento…
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margarita.caules@gmail.com