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Vuelvo a Madrid con la preocupación de cómo venir este invierno, porque parece que tampoco lo vamos a tener fácil: la Semana Santa pasada mi hija Guadalupe prefirió irse a Nueva York y Clara a China, porque los vuelos eran más baratos que a Menorca, y en el primer caso, además, directo. El tema es grave y requiere una solución urgente para la deteriorada economía de la Isla, y el papel del Consell es para ello decisivo. Ya he defendido su importancia ante los problemas derivados de una insularidad específica que transciende lo balear y la necesidad de un tratamiento diferencial que justificaría por sí mismo la existencia de un Consell ajustado en sus gastos, transparente en sus cuentas y optimizado en su gestión con la figura del directivo público profesional frente al gestor puramente político, asegurando su suficiencia financiera, evitando la disfuncionalidad y redundancia que generan los cruces y duplicidades de competencias con otras administraciones, evitando despilfarros e ineficiencias mediante el ajuste a lo imprescindible su complejidad burocrática y organizativa y aprovechando al máximo, con apoyo europeo, las sinergias de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, que junto a un turismo sostenible pueden contribuir a superar los inconvenientes de la insularidad sin desconocer las limitaciones de acogida derivadas de la fragilidad y los límites de crecimiento del propio ecosistema: espacio y recursos –infraestructuras, agua, energía y gestión de residuos- naturalmente limitados.

Sabido es que los territorios montañosos, los débilmente poblados y los insulares tienen dificultades estructurales de carácter permanente: Menorca, como toda isla, las tiene y, además, otras específicas derivadas de su integración como isla pequeña en el archipiélago balear, donde lo común es oír que Mallorca se lo lleva todo. El menorquín, en general, no siente que sus intereses sean bien gestionados por un Govern altamente politizado, y tener un Consell más cercano le tranquiliza; a los que pasamos temporadas en Menorca, también. Menorca es una isla distinta que quiere seguir siéndolo: sus habitantes lo tienen claro y saben que la calidad de vida y la conservación del patrimonio natural y cultural exigen una diferenciación y alguien que la lidere, y nadie mejor para ello que un organismo propio supramunicipal –el Consell- como fórmula de articulación de las peculiaridades de la Isla, con capacidad de autogobierno, representación y participación públicas capaz de asumir responsabilidades en materia de gestión armónica de recursos naturales y gestión del territorio que le permita, apoyado en la opinión de una sociedad civil muy concienciada, crítica e interesada con su entorno, la preservación de los altos valores ecológicos y culturales característicos de su diversidad, en línea con su condición de Reserva de la Biosfera: precisamente su declaración en 1993 incrementó la turistización -balearización, para algunos- de Menorca.

El Consell tiene que asumir competencias que le permitan gobernar y gestionar los intereses específicos de la Isla en el exterior, disminuir los hándicaps del aislamiento y conjugar los intereses en juego -sociales, económicos y ambientales- para conseguir un crecimiento económico equilibrado –todo desarrollo conlleva inevitablemente desequilibrios-, una viabilidad económica y el bienestar social comparables con el territorio continental. Y para ello tiene que actuar con normas claras y predecibles, tanto en su contenido como en su aplicación, impidiendo discrecionalidades generadoras de inseguridad jurídica, y habilitar fórmulas que permitan -entre otras- el desarrollo directo y a través de actividades complementarias de la agricultura y la ganadería tradicionales, sostenibles, diversificadas y de calidad, hoy agónicas a pesar de su importancia en la economía insular y en la preservación de los recursos naturales y de su paisaje agroforestal, cuyo deterioro -evidente en los últimos años- afectaría a la propia identidad de la Isla y a su valoración como producto turístico diferenciado. El desarrollo imprescindible del sector primario requiere formación, equipamientos e infraestructuras en el mundo rural y, entre ellas, la dotación de nuevas tecnologías que lo hagan atractivo a las nuevas generaciones, esenciales para su mantenimiento y readaptación hacia producciones de calidad respetuosas con el medio ambiente y, en definitiva, con la propia identidad de Menorca.