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El semanario "Der Spiegel" se hizo eco recientemente de la pretensión de Angela Merkel de elaborar un nuevo tratado europeo que posibilite una mayor integración de los países de la UE para acelerar el proyecto de su unión política. En plena crisis financiera y económica, la canciller alemana decide abrir un melón todavía incomestible. ¿Unión política? ¿Por qué se reaviva de repente el interés por la unión política? ¿Cómo configurarla, cómo plasmarla? ¿Volverá a propugnarse una Europa federal? Como la utopía ya viene de antiguo, hay que preguntarse de entrada si es oportuno plantear ahora, en un periodo repleto de tensiones políticas y económicas, un profundo debate sobre la constitución de los Estados Unidos de Europa; ¿o más bien solo podría asistirse a la concreción y consolidación de unos determinados intereses para formar unos Estados Unidos sujetos a las órdenes Merkel, es decir, una federación europea férreamente controlada por Alemania?

El lector no ignora una de las afirmaciones más repetidas en los últimos meses: la crisis europea se resolverá con una decidida apuesta por construir más Europa. Y sin embargo, esa misma crisis se encarga de ir minando la confianza que muchos millones de europeos habían depositado en unas instituciones que hoy por hoy parece que navegan bastante desorientadas, faltas de un rumbo fiable, por el tempestuoso mar del descrédito político.

Más Europa. Es el mensaje que se propone para afrontar los embates de la crisis. Más Europa cuando cada día resulta más dificultosa la tarea de frenar las caudalosas aguas del euroescepticismo. Desde las principales cancillerías europeas, Berlín la primera, se insiste en que es urgente volcarse en el fortalecimiento de la UE y, no obstante, sus mandatarios no logran siquiera reemplazar los vetustos y lentos motores que mantienen su economía en terrenos próximos a la recesión o ahogada en ella; y, peor aún, son incapaces de imprimir mayor celeridad en la aplicación de cuantos acuerdos se han aprobado en Bruselas para reflotar a los países miembros más vapuleados por la crisis.

Para construir más Europa no basta con comprometerse en la lucha para asegurar la supervivencia del euro. Pese a la sucesión de cumbres comunitarias, la incertidumbre y las dudas continúan bien presentes. La alargada sombra del escepticismo se mantiene pegada a las políticas de gobierno que, desde el aliento de un moderado optimismo, intentan abrirse paso a través del neoliberalismo. La cesión de más parcelas de soberanía nacional, los problemas de la unión fiscal y bancaria, la envergadura de las operaciones de rescate, la posibilidad de que se establezcan finalmente dos velocidades (una para los países europeos del norte con economías saneadas o sin problemas graves y otra para los países del sur cuyas economías siguen hundidas en la crisis) o la presión de potencias como Estados Unidos y China conforman una barrera imponente que impide avanzar en el diseño de una Europa federal. Por otra parte, toda referencia a la unión política se ha realizado hasta la fecha con la boca pequeña. Y pese a saltar estos días la propuesta de Angela Merkel en pro de una mayor integración, hay que convenir que la opción federal continúa siendo hoy una ficción, apenas dibujada con débiles trazos en un horizonte que se vislumbra muy lejano.

La fórmula federal es una ficción porque desde el principio Bruselas dio prioridad a la economía y no a la política. Ese fue, lamentablemente, el gran error original al emprenderse la construcción de la Unión Europea. Por tanto, hasta que el debate político no consiga imponerse al debate estrictamente económico resultarán inútiles cuantas iniciativas intenten hacer aflorar el debate de la unión política y analizar a fondo la viabilidad del federalismo en una Europa que permanece anclada en el desánimo.

Antes que hablar en serio sobre una futura Europa federal primero habrá que centrarse en resolver importantes cuestiones del presente. Porque otro fallo mayúsculo en la gestación de la Unión Europea fue que esta se constituyó desde arriba, esto es, desde la cúpula dirigente de Bruselas, cuando la historia y la misma democracia enseñan y aconsejan que la fortaleza de todo proyecto político ambicioso ha de asentarse sobre unas bases sólidas. Se trataba -y se trata- pues de construir la nueva Europa a partir de un claro pronunciamiento de sus pueblos, una expresión proclamada desde abajo, desde la calle, y no fiar tan ingente empresa a la mera negociación o revisión de unos cuantos tratados.

¿Hasta dónde alcanza hoy día el sentimiento europeo entre los ciudadanos de la UE? ¿Cómo contrarrestar la irrupción de unos nacionalismos muy ruidosos -nacionalismos cuya acción se circunscribe a los respectivos ámbitos estatales, valga la precisión- que obstruyen el avance de muchos proyectos comunitarios? ¿Qué lecciones se han extraído de las sucesivas convocatorias electorales para el Parlamento Europeo? ¿Qué grado de credibilidad han cosechado en los últimos lustros las diferentes instituciones europeas? Son otras preguntas imprescindibles y de las que importa dejar constancia al margen de la mayor o menor presión que pueda hacerse desde las filas del euroescepticismo.

Si la visión de una Europa federal ha de ajustarse a las realidades políticas que brinda la propia UE, sería inevitable abordar, entre otros puntos, la continuidad o no continuidad de la hegemonía alemana en el gobierno de Europa. Nadie discute que Alemania es la locomotora económica del viejo continente. Pero conviene recordar, aunque sea desde la ingenuidad, que si algún día se optara por el camino del federalismo la decisión política pertinente tendría que tomarla el conjunto de los estados miembros de la UE (27 actualmente), sin amenazas ni sumisiones a las directrices que intentaran imponer determinados políticos. Es decir, sin miedo a ser atropellados por la locomotora que hoy todavía conduce Angela Merkel.

Hallarse en la vanguardia del poder económico de Europa no debiera traducirse automáticamente en supremacía controladora del poder político. Además, con excesiva frecuencia se olvida que la democracia implica elección y participación, no arrogancia e imposición.