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La excarcelación del etarra Bolinaga, enfermo terminal de cáncer, recurrida por la Fiscalía, ha provocado un intenso debate y una dura crítica al ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, por adoptar esta decisión. Se han despertado sentimientos propios de las víctimas para abominar de que este terrorista, que mantuvo a Ortega Lara en un zulo durante 532 días, sea puesto en libertad para que muera en su casa. Y se argumenta que no ha expresado su arrepentimiento por sus acciones criminales como miembro de la banda. No se trata de conceder un trato de privilegio a Bolinaga, sino de la actitud que debe mostrar el Estado, como representante de una sociedad que defiende la justicia y que aplica la ley. La excarcelación de Bolinaga no es un problema político, sino de trato humano, del que no se puede prescindir aunque la ética de quien lo aplica beneficie a un terrorista. Los presos importan poco. Aquí, en la Isla, lo hemos comprobado con la polémica sobre la ubicación de la cárcel, en que las voces sobre la atención a los internos y a sus familias, han tenido poco eco. La generosidad y los principios éticos deberían ser un motivo de elogio y no de crítica a quienes los defienden y los aplican.