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Cuando nadie encuentra una forma independiente de obtener más es lógico que terminen pidiéndose unos a otros las mejoras. Pero dónde encontrar a quien dé algo en un entorno en el que todos están pidiendo. En el que nadie aparenta tener nada. Cataluña pide a España, España pide a Europa, Europa se pide a sí misma y entre lo que da y lo que se le debe se vuelve a la vez más pobre y más rica. Las cosas ya no necesitan tener sentido para que acaben funcionando. Mal claro, pero sin ánimo de querer repararlo y entonces bien, como toca. Al fin y al cabo somos este error en concreto, mantengámoslo pues el máximo tiempo posible en pie; es nuestro sustento.

La crisis aviva todo conflicto dormido y lo despierta con muchos más soñadores peleando por salir de una pesadilla que parece haberse hecho rutina si no sistema. Y vuelve la lucha de colores, las banderas enfrentadas, la gente perdida encontrando la salida en la primera puerta que les abra. Emerge el problema que nunca se atiende, como siempre. Vuelve apropiándose de los síntomas de otro problema mayor y más urgente. Y vuelve como solución para algunos, para poder luchar contra otros y para hablar de la batalla, para silenciar las balas de la verdadera guerra, que van lisiando mientras tanto derechos a una multitud sin preguntar nacionalidades.

Cuando no hay forma de demostrar la razón lo mejor es tirar de sentimientos. Y la política incapaz de pronosticar con dos minutos de antelación ningún futuro, incapaz de prever las repercusiones de cada decisión, lo adecuado de cada medida, lo oportuno de cada alianza, se ve abocada a los sentimientos. A mover a la gente por lo que sienten, sin darles más razón que una pelea, ni mejor solución que no empeorar el problema. Nadie se atreve contra el monstruo grande, y se inventan viejos monstruos, a los que ya tienen tomada la medida, para salir como héroes a por ellos. Pero al monstruo grande nadie sabe cómo atacarle ni cómo llegar a formar parte, huyen todos pero a la vez sienten admiración por el miedo que provoca, huyen todos pero nadie escapa. Huyen, librando valientes batallas en el aire mientras caen.

Nadie le puede poner precio a los sentimientos pero hay quien sabe el valor que eso tiene y lo maneja. Gente incapaz de gobernar la realidad y que imagina otras más manejables. Venid aquí, he encontrado un árbol bajo el que cobijarnos todos hasta que cese la tormenta. Irresponsables.