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La gente se compra casas en Extremadura esperando que Portugal se hunda y así tener propiedades en primera línea de mar. Este viejo y casposo chiste es un botón de muestra de la opinión que tienen algunos sobre nuestros vecinos lusos.

Siempre hemos mirado de reojo a los portugueses. Les considerábamos los hermanos pobres que viven pegados a nuestra espalda.

La admiración por nuestros vecinos del norte es proporcional al desprecio con el que tratamos a Portugal. Lisboa es una ciudad bella, desde el barrio de Belem hasta la Alfama, desde la Plaça do Comércio hasta el elevador de Santa Justa es una ciudad llena de música, de historia, de vida, es un punto de encuentro entre diferentes culturas: la poesía y la historia europeas, la fuerza de Cabo Verde y el calor de Brasil. Sin embargo preferimos volar a Londres, París o Ámsterdam dando por hecho que serán capitales más interesantes.

Esta visión, entre el desprecio y la condescendencia, nos ha llevado a elaborar un sinfín de tópicos sobre el pueblo luso: los portugueses son bastante sucios y se dedican a tocar el acordeón en el metro, Lisboa huele a sardinas, Portugal es como una Galicia pobre, todas las portuguesas tienen bigote, solo merece la pena visitar Portugal para comprar toallas y paños de cocina, etc.

Ni tan siquiera el poder mediático de los mourinhos y cristianos ronaldos, les ha hecho cambiar a algunos su opinión sobre los lusos.

Y mira por dónde nos han dado una lección que no está nada mal: el Gobierno de Portugal quería aplicar una nueva medida para castigar a su pueblo y pagar los intereses a los crueles mercados (sí, la casta política lusa está a la altura de la nuestra). Dicha medida consistía en subir el IVA a todos los trabajadores una media del 10%, pero mira por dónde a los portugueses les dio por protestar, les dio por quejarse, y resulta que el Gobierno ha parado de momento y se lo está pensando. Es decir, la presión social ha conseguido que sus representantes al menos se lo piensen.

Bien por los portugueses, bien por el pueblo de Saramago, bien por los que fueron capaces de hacer la revolución de los claveles, bien por nuestros vecinos lusos que frente a los tópicos absurdos han demostrado que cuando un pueblo quiere algo con unidad lo consigue. Menos caña entre iguales y más presión social hacia los culpables, es lo que debería ser.

Solo recordar, queridos lectores, que Portugal no son señoras con bigotes vendiendo toallas, como nosotros no somos todos unos vagos descendientes de la picaresca del Lazarillo, y que de lo único de lo que tenemos que avergonzarnos como país -e incluso como planeta- es de nuestros dirigentes, no de nuestros conciudadanos o vecinos.

Y si coincidimos en la letra solo falta que suene la música, y da igual que sea de fado, habanera o bulería.