Último curso de la maestra María Bals en el colegio Virgen del Carmen "davall sa Plaça" de Mahón. Obsequio de sus alumnas firmado por las mismas. De izquierda a derecha empezando por arriba. Juanita Fortuny, Amadora, Maruja Bey, Ana Mª. Orfila, Margarita Gomila. En el centro, Nuria Real, Paquita Mus, Carmen Moll. / Mª. Ángeles Morro, María Gomila, Margarita Lluch, Josefina Ferrer

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Este titular, no es mío, lo escribió Séneca. Personaje que tanto nos legó. Su sabiduría traspasó fronteras.

La maleta, la de madera, presente cada vez que abro el armario ropero, estática sobre uno de los estantes. La primera que recuerdo. En un tiempo me fue muy útil, en ella guardaba los pañuelos de bolsillo "els de mocar". La nueva moda de usar y tirar, hace que tan solo la abra en ocasiones contadas, al arreglarme de "cap a peus".

Ha pasado mucho tiempo, de aquella primera vez que cogí su asa para ir a la escuela.

A pesar del tiempo transcurrido, al abrirla, continúo oliendo a goma de borrar de color rosado, llevaba un nombre grabado, que no supe descifrar, tan solo tenía algo más de tres años y nada sabía de letras. Con el paso del tiempo supe leer aquellos palos. Decía, Milán.

La otra aroma que desprende y que tanto me agrada es de lápiz, a punta recién hecha. Todas las mañanas, al bajar al taller mecánico de ca'n Gori, para dar el beso de buenos días "antes d'anar a escola", era como un ritual, sacaba de la maleta el lápiz . El maestro del taller con un cuchillo muy afilado me hacía punta en un santiamén. Aquello se acabó, alguien me regaló un sacapuntas, comprado en la librería Busutil de la calle Nueva siendo un gran acierto, me divertía afilar el lapicero, una y otra vez, la sacaba tan fina, que se rompía al momento.

Que nadie vaya a imaginar, que mi maleta "era cosa mai vista". Por el contrario, era más bien pequeña, se cerraba con un clic que, al escucharlo, se sabía que estaba "ben tancada". Amén del lápiz y la goma, llevaba una libreta que en la portada ponía "Cuaderno" y detrás, infinidad de garabatos, que hubo de pasar un tiempo para enterarme de que se trataba de las tablas de multiplicar. El "Catón", con las primeras letras y sus dibujos, y un pequeño "embolic" que no era otra cosa que el desayuno, dos tajaditas de pan blanco, del llamado mahonés, considerándose el de mejor calidad, más que el popular negro. Entre las dos tajadas, mamá Teresa depositaba mermelada que ella misma preparaba. A diferencia de las tardes que merendaba en casa y "es companatge " consistía en rociar el pan con aceite y azúcar. Algo impensable para ir al colegio, hubiera ensuciado de grasa "sa plegueta". Hasta que llegué a conocer las pastillas de chocolate "Lloveras". Gracias a la compra del mismo, Mando o Marieta de la tienda de la esquina, me obsequiaban con cromos.

Fue mi primer álbum. Ahí está, en la estantería junto a diferentes libros firmados por relevantes autores, y no me avergüenzo de que cuantos me visitan, observen la firma de Walt Disney, mi primer autor, mi descubrimiento de lo que ahora se conoce como dibujos animados. Todas las noches de invierno me leían una página, la sabía de memoria y si el lector se equivocaba yo le corregía, haciéndole creer que sabía leer. Precisamente esto es lo que sucedió aquella vez que vino de Ciutadella, a pasar una semana con nosotros, mi prima Rafaela.

Y del chocolate, pasé a las aceitunas verdes, las llamadas sevillanas. Por una rubia te entregaban una "aluda" llena, auténtico placer para el paladar. A mediados de los cincuenta, se puso de moda el vender a granel una especie de atún de calidad inferior conocido como caballa. Muchos niños merendaban de aquel sustituto del atún, mientras otros llenaban su panecillo con sardinas de lata.

Antes hablaba del pan mahonés, pero también había otro conocido por madrileño, los auténticos vienas elaborados con leche y mantequilla, que olían a gloria, especiales para fiestas familiares, bodas, bautizos, comuniones. Se acostumbraba servir, uno lleno de sobrasada y otro de queso, cada uno de ellos envueltos en servilletas de papel de seda.

Aquellas celebraciones en que se reunía toda la familia y al decir toda, no me olvido de nadie "ningú quedava fora", amén de los propios, se incluían primos, "fills de cosins", algún pariente de cuarta generación. Los convites de antaño nada tenían que ver con los actuales, en que incluso muchos hacen un préstamo o llegan a hipotecarse con tal de que se hable del evento.

Antes se hacían en los propios hogares. Se ayudaban unos a otros a montar improvisadas mesas. El no disponer de suficiente menaje, no era problema, varios establecimientos de la ciudad se dedicaban a su alquiler. En mis tiempos se encontraban "a ca'n Joan de ses olles des Padronet", en La Valenciana de la calle Nueva, "devall es Pont de sant Roc"; es probable que hubiera otros, pero no los recuerdo. El traslado de platos de distinto tamaño, tazas para servir el chocolate y otras de café, copas de vino y de licor y cubiertos se hacía en cestos de mimbre, los llamados "covos". Se iban a buscar uno o dos días antes para disponer de tiempo de limpiarlos y colocarlos, devolviéndolos "ben escurats". Aún así era lógico volverlos a fregar antes de ser usados.

Por supuesto que conllevaba mucho trabajo y trajín, pero ello permitía el reunirse. Era bien sabido que esto tan solo sucedía en esta clase de eventos citados más arriba y al acaecer alguna defunción.

No olvido otra clase de reuniones en el Orfeón Mahonés, con su escalera de entrada, ideal para hacer las fotos con los novios. El primer piso del hotel Sevilla, muy amplio y cómodo. En la casa de la Iglesia, antiguo colegio Fontiroig. El Casino Mahonés, el Club Marítimo, etc.

En los años sesenta, con la inauguración de Jardines Infanta, hubo otra novedad, algunos también se celebraron en el Sésamo de Diego Valverde López.

Es posible que me deje otros tantos por citar, no he pretendido hacer un historial, tan solo un recuerdo para todos ellos, sin olvidar lo que ahora se conoce por "catering", que se encargaba a cocineros o pasteleros como era el caso del señor Palli del Victoria, que cuidó de servir importantes eventos "en cases de senyors", preparando el banquete, eligiendo los camareros, todo ello "tocat i posat".

Y pensar que empecé hablando de mi maleta, y sin darme cuenta me encuentro rodeada de largas mesas, oliendo a banquetes, y tabaco rubio como podría ser aquel paquete de cigarrillos de contrabando marca Kamel, que todos encendían y tan solo unos pocos sabían fumar. Intentándolo, madres y abuelas y, por supuesto, los chiquillos también, era una buena ocasión de hacerlo en público, cansados de practicar a la salida del colegio.
Dice Praxèdies que a veces su pensamiento vuela tan alto, que le da la sensación de que no todo será malo en la llamada época de crisis. Es probable que ello sea bueno para las familias, las que se habían ido distanciando, dejadas de lado y de invitar debido a la carestía de la vida. De volverse a celebrar en sus casas, es probable, se junten a manteles aquellos parientes que hacía tanto tiempo habían dejado de visitarse, que apenas se conocían, al contrario de sus antepasados. Es bueno recordar, que no hay nada mejor que la familia, disculpen la repetición, pero valga la redundancia. El mantener los lazos familiares atados y bien atados es augurio de prosperidad, de que no estamos solos, que nos encontramos rodeados de personas que tuvieron que ver con nuestros mayores, que conocen historias pasadas que tuvieron que ver con ellos y hasta es probable que algún mayor nos explique anécdotas que desconocemos, pasando a engrosar el libro de nuestras vidas. Interesémonos por todos ellos, convivamos sus vidas, al fin de cuentas llevamos los mismos genes.
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margarita.caules@gmail.com