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Quizá las movilizaciones que se han venido produciendo en todo el territorio del Estado, con repercusiones en muchos lugares del mundo, responden a un malestar muy generalizado y que el 15-M ha sabido coordinar, contando con muchísimas adhesiones y muestras de simpatía. Han roto los moldes organizativos y de participación, que no estaban sujetos a disciplinas ni a dogmas ideológicos. Los aparatos burocráticos han sido arrinconados.

Los programas políticos y las actuaciones se venían desarrollando desde las cúspides año tras año, elección tras elección, dando fuerza al inmovilismo de las organizaciones, que basaban sus programas en simples mensajes e imágenes de estudio de mercado. Puro marketing. Todas esas cosas provocaron que miles de jóvenes, estudiantes, trabajadores, profesionales, autónomos, pequeños empresarios, parados, etc., saliesen a las plazas y calles para decir "basta", y comenzaron a pedir más democracia, representación y participación, a fin de poner freno a la corrupción acumulada durante años en todo el territorio del Estado.

Lo que han hecho los del 15-M, 25-S y 29-S es un llamamiento a la sociedad para que tomemos consciencia de que hay otra manera de hacer política, y dando un toque de atención a los ayuntamientos, Consells, Govern, Gobierno Central, con especial énfasis para los diputados y senadores, que no representan para nada los intereses de los votantes, sino las consignas de sus partidos. ¿Cuántos miles de millones se han gastado en el Senado en treinta y dos años? Todo es una tomadura de pelo.

Es cierto que el 15-M ha provocado una catarsis en todas las organizaciones y han abierto los ojos para que todos puedan y deban participar en las denuncias de esta crisis y de la degradación social con que empezamos a vivirla. En esas concentraciones se puede escuchar que "los de arriba imponen su política de austeridad, que sufrimos los de abajo, soportando los recortes y el deterioro de los servicios públicos". Es la lucha de clases la que determina esos comportamientos.

Estamos viviendo el agotamiento del sistema, y por eso el movimiento del 15-M cobra una gran relevancia en su perspectiva histórica, lo que a buen seguro provocará cambios en todas las instituciones. Son los cimientos del futuro proyecto de transformación democrática. Estamos en los inicios y a la espera de que las capas medias se comprometan en ello por propia necesidad. Les está afectando duramente esta crisis.

Mi preocupación está en la miopía de los partidos y de las organizaciones sociales que esperan desarrollar sus programas en función del fracaso del Gobierno. Esperan que la fruta madura caiga por su propio peso. Es hora de que hagan política en la práctica y se hagan eco del malestar de miles de ciudadanos que sufren por sus hipotecas, por los recortes sanitarios, en la educación, en las becas…, por el pago de los aparcamientos, la disminución de las ayudas a las familias y el problema en los transportes… También se debe exigir una reforma de la Constitución para adaptarla a la nueva realidad del Estado y acabar así con los conflictos que con el texto actual no se saben ni pueden resolver.
Me hace mucha gracia cuando leo a muchos de mis amigos hablando del Mayo del 68, a cuya revolución cultural algunos intentan acercarse, siendo así que aquel movimiento no tuvo una fuerza social ni política tan relevante como la de los movimientos actuales. Tiempo al tiempo.

Desde que se iniciaron estas movilizaciones, podemos decir que cada vez somos más y que hay más pluralismo. Sin embargo, creo que el mayor reto está en integrar a los colectivos de inmigrantes para que formen parte de nuestra sociedad, dejando de ser forasteros en nuestra tierra. Es un gran error que algunos de estos colectivos vivan de espaldas unos a otros. Es muy grave que no conozcamos cómo viven y que no sepamos nada de sus inquietudes ni de sus culturas para conseguir su integración social y una sociedad mejor cohesionada. Rechazarlos es alimentar las xenofobias de las culturas fascistas, que ya recorren las calles de Grecia.

Nos tachan de antisistema. No, es el sistema el que ha entrado en una larga agonía y cuyas consecuencias nos golpean a todos. Como dice Stiglitz "somos el 99 por ciento los que queremos acabar con la desigualdad que nos impone el 1 por ciento".