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Durante estos días hacemos memoria los cristianos de un acontecimiento muy importante ocurrido en el año 1962, la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, que unos meses antes había convocado el papa Juan XXIII. El 11 de octubre de aquel año se reunieron en Roma la práctica totalidad de los obispos del mundo para hablar y escuchar las grandes preocupaciones doctrinales y pastorales de aquel momento. Para orar al Señor y responder a los grandes desafíos del mundo. Por los esquemas y documentos que previamente habían sido enviados a las diócesis, iban a ser objeto de reflexión las cuestiones fundamentales de la fe cristiana: Dios, la Revelación, Jesucristo, la Iglesia y sus relaciones con otras confesiones, la Liturgia, el concepto de hombre, de mundo, de libertades humanas, nuevas realidades… Se recibió todo con mucha expectación y, conforme pasaban los meses anteriores a la apertura, se preparó y se vivió con entusiasmo y esperanza.

Alguien me preguntaba sobre mi experiencia acerca de este evento eclesial y que hablara, según mis vivencias, de lo que supuso para la Iglesia aquel magno encuentro. Por una parte es muy simple la primera respuesta, puesto que los recuerdos me llevan a los catorce años en la vida del Seminario de Valencia, preocupado por los estudios y los juegos y ajeno a la dimensión eclesial del acontecimiento. Mi memoria sólo acoge de aquel momento la reunión de los ochocientos seminaristas en un gran y recién estrenado salón de actos con un televisor sobre el escenario que retransmitía desde Roma la solemne celebración de apertura. También recuerdo las informaciones y anécdotas narradas por los formadores y profesores solicitando siempre de todos nosotros las oraciones por el feliz desarrollo del Concilio. Notaba la curiosidad y el interés en el rostro de los seminaristas mayores sin darle mayor importancia. Es una vivencia ya lejana y más ambiental y de otros que propia.

EL OBISPO BARTOLOMÉ PASCUAL

La segunda respuesta es narrar otra experiencia, la que supone de recreación interior, fruto de las lecturas posteriores y las adaptaciones que el Concilio nos invitaba a realizar como sacerdotes jóvenes y con la ilusión del inicio del ministerio. En esa línea de lectura me he situado en estos momentos al repasar papeles del archivo diocesano para comprobar la tarea y el esfuerzo que realizó nuestra diócesis con motivo de la convocatoria y la apertura del Concilio. Y lo he hecho, como no podía ser de otra manera, como obispo actual y fijándome, sobre todo, en el ánimo y disposiciones del obispo de entonces, Mons. Bartolomé Pascual y Marroig.

Para el obispo Pascual, ya muy anciano en aquel momento, el Concilio suponía una nueva oportunidad para el apostolado y le daba mucha importancia a la gran reunión de sus hermanos en Roma. Tanto como lo que señala el papa Benedicto XVI, citando a su antecesor el papa Juan Pablo II, en su reciente Carta Apostólica Porta Fidei: "Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza". Y antes había afirmado que los textos del Concilio "no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia".

En nuestra diócesis se inició un movimiento de simpatía y curiosidad en .los meses previos a la convocatoria que el obispo Pascual supo encauzar con la llamada a la oración y a la eclesialidad, traducida en actividades de renovación cristiana y de apostolado. Así lo manifiesta en una Alocución Pastoral, fechada en el día 14 de enero de 1961, exhortando a todos a interesarse espiritualmente por el Concilio Ecuménico y orar por él. Explica en ese breve escrito a sus diocesanos la naturaleza, los fines y la importancia del acontecimiento eclesial y dispone qué deberían hacer las parroquias y la curia, los sacerdotes, los religiosos y los laicos en los distintos niveles de la vida cristiana para quedar vinculados al Santo Padre en la oración y preparación del Concilio que había convocado. El día 22 de septiembre de 1962, en otra Alocución Pastoral, Ante la próxima apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, el obispo Pascual afirma que "en la alocuciones pronunciadas al recorrer para la Confirmación todas las ciudades y villas de Menorca , hemos predicado a los fieles una mayor devoción al Espíritu Santo y súplicas más fervorosas para impetrar sus luces sobre el Concilio providencialmente anunciado". Y más adelante señala los medios. "Ante todo es necesaria la penitencia interior, es decir, el arrepentimiento y la purificación de los propios pecados, que se obtiene especialmente con una buena confesión y comunión y con la asistencia al sacrificio eucarístico". Y en un párrafo posterior dice: "Los fieles deben, además, ser invitados también a la penitencia exterior, ya para sujetar el cuerpo al imperio de la recta razón y de la fe, ya para expiar las propias culpas y las de los demás". Enumera a continuación una serie de recomendaciones que todos deberían tener en cuenta para la predicación, la catequesis y los actos de piedad y devoción.

El obispo Pascual no pudo asistir a los trabajos del Concilio. Se lamentaba por este motivo, ante la invitación de Roma, con estas palabras: "Pero ¡cuán doloroso es no poder ahora realizarlo personalmente! La pesadez de los muchos años, que dificultan lejanos y largos desplazamientos y allí las muchas cotidianas actuaciones conciliares, hizo que últimamente expresáramos a Su Santidad este impedimento". Por sus escritos se deduce que el pastor menorquín estuvo muy unido en la oración y transmitía a toda la diócesis el interés y el entusiasmo por ese importante acontecimiento eclesial.

CONVERSIÓN SINCERA

En mi caso, habiendo transcurrido los cincuenta años desde el comienzo, habiendo conocido el inmenso fruto de los trabajos conciliares, habiendo visto el enorme esfuerzo realizado para aplicar las disposiciones consiguientes, habiendo comprobado la cantidad de horas empleadas por sacerdotes y religiosos en la animación del pueblo de Dios para acoger las normas y el espíritu conciliar, no me queda más que manifestar el enorme agradecimiento a todos los que colaboraron en su realización empezando por el obispo Pascual. Fue una gracia especial de Dios a su Iglesia. Nuestra diócesis respondió de forma adecuada y se mantuvo un movimiento intenso de espiritualidad y preocupación pastoral durante todo este período. Todavía hoy vivimos de aquel entusiasmo comunitario.

Nosotros vivimos esta efemérides entre dos coordenadas: el Sínodo de la Nueva Evangelización y la inauguración del Año de la Fe. En la homilía del domingo pasado el Papa Benedicto XVI hacía, en primer lugar, una llamada a la conversión personal y comunitaria: "La mirada sobre el ideal de la vida cristiana, expresado en la llamada a la santidad, nos impulsa a mirar con humildad la fragilidad de tantos cristianos, más aun, su pecado, personal y comunitario, que representa un gran obstáculo para la evangelización, y a reconocer la fuerza de Dios que, en la fe, viene al encuentro de la debilidad humana. Por tanto, no se puede hablar de la nueva evangelización sin una disposición sincera de conversión. Dejarse reconciliar con Dios y con el prójimo (cf. 2 Cor 5,20) es la vía maestra de la nueva evangelización. Únicamente purificados, los cristianos podrán encontrar el legítimo orgullo de su dignidad de hijos de Dios, creados a su imagen y redimidos con la sangre preciosa de Jesucristo, y experimentar su alegría para compartirla con todos, con los de cerca y los de lejos". Así podemos unir estos puntos que están separados en el tiempo por cincuenta años: Todos coinciden, los pastores de entonces y los actuales: la transmisión de la fe comienza siempre por la conversión sincera que nos empuja a ser testigos auténticos del Evangelio de Jesucristo.

Finalmente expreso un deseo personal que se convierte en una recomendación para todos. Rogaría que cada cristiano se comprometiera a leer o a estudiar algunas partes o fragmentos de algún documento conciliar y también que rezara y amara cada día más a su Iglesia que, inspirada por el Espíritu Santo, navega por el proceloso mar de la historia de la humanidad dando respuesta a los grandes interrogantes de los hombres.
Ciutadella de Menorca, 13 de octubre de 2012.