Playa de Favàritx, verano de 1983, foto Juan Vadell Pons (Archivo Margarita Caules)

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Aunque parezca mentira, a pesar de que les cueste creerlo, la primera vez que celebré la fiesta de la luna llena, mis hijos ya eran mayores. Y como siempre, la organizadora de tal evento fue Marieta Borrás, esposa del farolero Antonio Andreu, "tot dos al cel sien". Para ella, para Marieta se trataba de un ritual, que jamás debía desdeñarse, todo lo contrario, llegada la luna llena de julio, se debían reunir las familias y amigos junto al mar, en la plenitud de la noche, bañándose a modo de purificación de los cuerpos, cuando los destellos de la luna producen asombrosas chispitas a modo de fulgor en las extremidades.

Aquella vez, como otras tantas, la cita se produjo en el arenal de Favàritx mientras el faro iba destellando con su luz y guía de navegantes. No recuerdo cuántos seríamos, pero sí algunas familias. Matrimonios con sus hijos y amigos de los mismos, expectantes de lo que era cenar con la luna llena. Hermosa fiesta junto al mar, con sones de guitarra, de cantos y alegrías.

Tras un largo y divertido baño, de chapuzones e intrigas, referencias e historias que alguien iba relatando, supe, que la luna llena de julio es llamada del venado, por ser normalmente cuando sale la nueva cornamenta del ciervo brotando de sus frentes en las capas de piel aterciopelada.

En Menorca, que no disfrutamos de venados, los payeses la llamaban de los truenos, por razón que las tormentas eléctricas son las más frecuentes durante esta época del año. Según el "fielatero", su verdadero nombre, luna del heno. Fuera como fuese, se llamara de tal o cual manera, lo cierto es que una vez secados y acomodados sobre las prodigadas toallas, se consumían peroles de patatas al horno con sus chuletas de cordero y sabrosos tomates espolvoreados de pan rallado, ajo y perejil. Berenjenas rellenas. De entrante se habían probado las ricas "carnixues" y "camots", que Marieta siempre tan espléndida invitaba a todos. No puedo omitir, que las matanzas de su familia eran " del més bo i millor". Estas exquisiteces se acompañaban de un buen vino. El tinto era el preferido.

Durante la noche se la escuchaba, me refiero a la anfitriona, mujer simpática, "sempre sabia quina l'havia de dir" . De carácter abierto, con su sonrisa a flor de piel. Se continuaba comiendo, entre unos y otros ocupábamos " un bon tros d'arena". Cerrándose la cena con melones o sandías, frescas gracias a las neveras portátiles. O no, me equivoqué, la cena no se cerraba con las frutas del tiempo. ¡Que va! Finalizaba con los cantos de toda la vida, pero mucho antes se habían ido probando diversidad de cocas que unas y otras habían elaborado. Con albaricoque, con cerezas, con sobrasada y con crema, todas exquisitas, provenientes de los recetarios más antiguos de nuestras familias.

Pasaron los años y los hijos fueron creciendo. Toni Andreu fue reclamado para una inspección del faro celestial y Marieta no dejó de reunir a sus amistades en la terraza de su chalé de Binissafúller. Aquella, la última vez que nos bañamos en la noche bajo la luz lunar, tras haber cenado, Marieta enchufó la radio y bailamos al compás de un programa musical que casualmente en aquellos instantes se emitía. Aún hoy me pregunto si fue casual o debió ser el espíritu lunar que hizo que se escuchara un tango, no recuerdo cual fue, pero para ella, para Marieta, resultó una grata sorpresa a la vez que alegría, el tango siempre fue su música preferida.

De ahí que las noches de luna llena siempre hayan sido motivo de conexión con ella. Todos los años, tal día como el citado, enciendo a su memoria cantidad de "animetes". Lo hago en uno de los parterres, donde se encuentran las aromáticas fresias en memoria de aquella mujer, que tanto supo amar a cuantos la trataron, tan bonita, con su sabiduría popular que me encandilaba escucharla.

Infinidad de veces asocié su manera de ser y su empatía con la luna llena, la que cada mes intensifica la energía, activa la espiritualidad. No era casual su admiración por la fase lunar, iba con su "taramnà".

Hablando de noches y resplandores, acude a mi memoria cuando mi padrino me decía que la luna llena de septiembre, o de cosecha, la más cercana al equinoccio de otoño. Cada dos o tres años ocurre en el mes de septiembre, algunos años tiene lugar en octubre. Los payeses pueden trabajar hasta entrada la noche ya que la luz de esta luna les permite el trabajo de recolección. No debemos olvidar, que el maíz, las calabazas, están listos para su recolección durante el mismo.

Jamás olvidé la luna llena fría, la de las largas noches de diciembre. El frío del invierno más intenso y las noches más largas y oscuras. Yo prefiero llamarla la luna de Navidad, la más larga la que se mantiene encima del horizonte durante largo rato, la más brillante, alguien comentó, y tal cual lo anoté, que la luna llena de pleno invierno tiene una alta trayectoria a través del cielo porque está de frente a un sol muy bajo en el horizonte.

Curiosamente, nuestros mayores, principalmente los que tenían que ver con el campo o con el mar, se sentían muy vinculados a los cambios lunares, entre ellos los siguientes:
La recolecta de plantas medicinales se llevaba a cabo con la luna llena, también las frutas, y mejor realizarlo en la madrugada.

Algunos recordarán comentarios de nuestros mayores que acudían a la peluquería o barbería para que les cortaran el pelo en esta fase, así como teñirse o hacerse la permanente ofrecía mejores resultados. Una de nuestras vecinas "que tenia quatre pels dalt es cap", hacía saber al vecindario que era el momento ya que le aumentaba el volumen.

No es moda, ya no se estila, pero las personas de mi edad recordarán que hubo un tiempo en que había personas dedicadas al espiritismo, "a fer ses cartes". Los industriales más importantes de nuestra ciudad todas las semanas se daban cita con una de estas personas. Por respeto a sus familiares, evito citarlos. Si bien, antes de firmar cualquier contrato se estudiaba el día, la hora y la luna reinante.

En mi archivo dispongo de varias anotaciones muy particulares a la vez que llenas de curiosidad referentes al tema.

Sería mi deseo continuar escribiendo, pero en este lunes de luna llena, debo afanarme en limpiar con esmero las boyeras, pelar las almendras, aun con sus gruesas peladuras, que debo decantar sirviendo para encender el fuego.

De no llover, bajaré al cementerio, para encalar los bordes del nicho, limpiaré con esmero el mármol y sacudiré el polvo de las flores, las que reemplacé hace escasas semanas, evitando su compra para Todos los Santos.
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margarita.caules@gmail.com