TW
0

Apuntaba recientemente Antón Costas que el World Economic Outlook, publicado por el Fondo Monetario Internacional, examina, con datos desde 1875, 26 casos en los que la deuda superó el cien por cien. La conclusión más relevante es que la políticas de austeridad, cuando operan en un entorno de elevado endeudamiento, no logran reducir la deuda, sino que la elevan.

El estudio desintegra el manido eslogan de los conservadores de que "no hay más alternativa que la austeridad" a la reducción del déficit y de la deuda. Austeridad como única receta y exclusiva salida eficaz de la crisis. No hay otra.

Desmontada la supuesta eficacia de las mencionadas políticas de austeridad por instituciones que no pueden ser catalogadas precisamente de radicales, dejan de tener sentido muchas de las reformas que están padeciendo los ciudadanos. Es más, cobra cuerpo el hecho de que tales reformas significan la consolidación del poder de una minoría frente a la mayoría, a la que se somete al empobrecimiento generalizado y a la desprotección social.

Un ejemplo de la ineficacia de las drásticas políticas de austeridad concentradas en el tiempo son las últimas cifras de la Encuesta de Población Activa, que nos anuncia que la tasa de paro en España ha rebasado ya el listón del 25% en el tercer trimestre del 2012, o sea 5,77 millones de desempleados. Y, lejos de atisbarse luz alguna en el horizonte, las previsiones son que pronto se superarán los seis millones.

La austeridad a ultranza crea contracción económica y la facilidad del despido que otorga la reforma laboral aprobada por el Gobierno del PP es aprovechada para disparar los ERE que acaban sin pacto: entre marzo y agosto afectaron a casi 14.000 trabajadores, un 127% más que en el mismo período del 2011.

Como dice José Luis Rey Pérez en su obra La democracia Amenazada: "Hoy la democracia se encuentra secuestrada por los dueños del capital, que son los dueños de la deuda de los Estados que ha servido y sirve para mantener la garantía de los derechos sociales". Más que hacer frente a un cambio de época nos estamos adentrando en otra dimensión en la que la economía financiera ha suplido a la productiva y, lejos de ser instrumento al servicio de la política y la cohesión social, impera sobre ellas, dejando en suspensión constituciones democráticas y derechos de las personas.

No sirven meras reformas que, con espíritu sacrificado, persigan salvar las consecuencias de un sistema absolutamente desbocado que cada día expulsa a más gente. No sirve seguir complaciendo las exigencias de una fórmula que, sin ética alguna, pretende consolidar el imperio del dinero y la especulación por encima de todo. No sirve inmolarse a nivel local contra un poderío desatado y que campa a sus anchas a nivel global.

O domesticamos a la fiera o, la desigualdad, el miedo y la incertidumbre que crea acabarán por atenazar a todos y a todo.

El interés de las personas demanda instituciones que desde la órbita global, en nuestro caso Europa, hagan valer los derechos sociales, civiles y políticos, estableciendo garantías que regulen los mercados y reformas fiscales progresivas que, gravándoles, no nos hagan dependientes de sus maquinaciones. Situación que, por cierto, poco ha cambiado desde el inicio de la crisis.

En definitiva, son precisas verdaderas reformas estructurales que, estas sí, concentradas en el tiempo, ataquen a los verdaderos orígenes de la crisis y pongan a la economía al servicio de las personas y no, al revés, como ahora. El estudio presentado por el Fondo Monetario Internacional apunta algunas: dejar de asfixiar a tanta gente a golpe de austeridad mal entendida – más bien interesada - que además de injusta se muestra absolutamente ineficaz.