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Mi viejo amigo, que gozaba hablando y escuchando, se decantaba raras veces por el monólogo. Prefería sin duda el diálogo: reflexionar con sus iguales las diversas cuestiones que arrimaba el momento; y debatirlas con cortesía y con argumentos nacidos de la sinceridad; premisas sin las cuales no inclinaba su ánimo. No obstante, una tarde, vacía la intención de la charla participada, entornó los ojos y se dejó llevar por su memoria, en una huida hacia el pasado; viaje recurrente de los que somos ricos en años, solía matizar con ironía. Antes, a modo de disculpa, acertó a decir que, puntualmente, inducido quizá por la soledad, hablaba solo…; pero no es lo mismo, aclaró, esbozando una cómplice sonrisa. En aquella audición, me confió lo que para él fue una inolvidable lección; para otros, acaso, una "parábola" de avenencia; y para los más, seguramente, un simple y sencillo cuento…

En mis años mozos, con un bagaje significativo de ilusiones -retrocedamos por lo menos medio siglo, apuntó convencido- , mi afición extramuros era, como ya sabes, la caza y la pesca, a días alternos... Un día que tocaba la pesca, me embarqué en el puerto de Fornells junto a dos amigos y el patrón, en una añosa embarcación, muy marinera -a decir de los entendidos-, rumbo a las proximidades del faro de Favàritx. Todo seguía el plan determinado hasta que, ya de regreso, el bote sufrió una seria avería.

A propósito, el rol de la tripulación era variado, por su forma de ser, sus simpatías y sus renuncias. Uno, decía no creer en nada que no viera o, mejor aún, que no fuera palpable. Otro, en cambio, creía en el destino; en que todo estaba ya escrito, por más vueltas que se le diera. Un tercero, aprendía mientras enseñaba; lector singular apegado a Cervantes que, no obstante, antes de subir a bordo, leía invariablemente El viejo y el mar... El patrón, por último, era, en la taberna, conservador y también conversador. En aquellos momentos, con los pies en remojo, se mutó en conservador preocupado por el boquete que amenazaba naufragio. A continuación, unos instantes después del siniestro, con catada humedad, sin mediar palabra y con tácita alianza, recuerdo con nitidez -prosiguió el relator- que todos dejamos al margen nuestras divergencias y nos esforzamos con sentido práctico a achicar el agua que inquietaba nuestra seguridad. Al cabo de unas horas interminables, por fin, logramos llegar a buen puerto, sanos y salvos.

Doy por innegable -confirmó el viejo amigo- que aquella tarde, a un tiempo simultáneo, remando hacia el mismo objetivo, todos rezamos con fervor. Después, con el transcurrir de los días, a medida que el incidente se diluía en anécdota, en el seno de aquella advertida tripulación, se fortalecieron nuestros lazos de amistad, concluyó con satisfacción el narrador...