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Ha ganado Obama. Menos mal. El otro, ya será para siempre "el otro", más parecido al muñeco Ken con su Barbie, que a un ser humano con sensibilidad suficiente para preocuparse por el bienestar social, cosa que sí parece ser Obama, por mucho que le boicoteen en el conservador Congreso.

Obama, elegante en el vestir, carismático en la palabra, casi un "europeo" de raza negra, con esa seguridad y esa voz eufónica que convence, frente al otro y su Corte de los Milagros -léase el "Tea Party" de Sarah Palin-, que se ha quedado anclado en el barco que arrojó por la borda el té en la bahía de Boston al comienzo de la Revolución Americana, o quizás más atrás: con los peregrinos del Mayflower.

Menos mal. Repito. Aunque realmente sin esperanzas de mucho. Únicamente aliviado por haberse conjurado la porción de negatividad que representaba el candidato republicano con sus fórmulas del sálvese quien pueda (o sea: él y sus millonarios) y que cada cual aguante su vela.

Por otra parte una vez más me ha llamado la atención una peculiaridad típicamente calvinista de la cultura yankee: la moral del éxito; la del triunfador (material por supuesto) el 'number one'. De hecho, si Obama hubiera perdido la elección le llamarían allí "presidente perdedor".

Ganar o perder: he aquí la norteamericana cuestión

Y el que pierde al infierno, por no pertenecer a la corte de los elegidos. Me imagino a Rodney durante la campaña clamando al Cielo: "Dios mío, envíame una señal", como si no hubiera ya recibido suficientes "señales" de que era un "triunfador", (siempre en sentido calvinista), pero es que dichas evidencias psicológicamente en el fondo no son sino un pozo sin fondo; un síntoma neurótico: Según Calvino no basta triunfar una vez para confiar en ser un elegido, hay que triunfar una vez y otra y otra y otra, hasta el infinito ... O más allá.

Otra cuestión importante y alarmante de estas últimas elecciones norteamericanas, estriba en ese casi empate técnico de ambos candidatos. O sea: la suerte del mundo mundial que depende en gran parte de la política exterior de EEUU, verdadero gendarme global (de momento), en manos de unos escasos votantes o así. Y todo como consecuencia de la ley electoral de allí, que trata de evitar que voten los que verdaderamente deberían votar: esa mayoría silenciosa, seguramente necesitada de políticas de bienestar social, que se abstiene por considerar que es inútil acudir a las urnas, desengañados de la política en general. Elecciones a las que, por si fuera poco, hay que inscribirse para participar. Total, que al final solo votan los clientes de cada cual. Aquí está pasando lo mismo aun sin tener que inscribirse, con lo cual es aún más grave.

Presidente fracasado decíamos. El fracaso como estigma social.

Pues va a ser que no. El fracasado ha sido el candidato, que a partir de ahora se dedicará a sus cositas mientras a su santa le ajustan los rulos en la 'pelu', después de darle el tinte.

Fracaso, dichosa palabra que niega el derecho a equivocarse, siendo éste el mejor camino para madurar. Emilio Aragón aquel Milikito mudo a la manera de Ricitos Marx de antaño y convertido luego en inteligente empresario de variedades, tenía un programa, de cuyo nombre no me acuerdo, en el que en ciertas pruebas se perdía o se ganaba, pero cuando alguien no alcanzaba el éxito no se le decía "unas veces se gana y otras se pierde" como hacía Mayra Gómez Kemp en "Un, Dos, Tres", sino, simplemente, "prueba no superada".

Muy bien Milikito todo el mundo tiene derecho a fallar y no hay porqué humillar con ello a nadie.

Posdata: Este es mi artículo número 200 en 'es Diari'. Gracias al Menorca por haberme permitido la posibilidad de alcanzar esta cifra.
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