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Quien espera desespera. Hay situaciones en la vida en las que damos por sentado que tenemos que esperar. En el médico debemos tolerar demoras que a veces son ostensibles. El dentista, el oftalmólogo, rara vez nos atienden a la hora convenida con puntualidad prusiana. En el médico no queda bien quejarse por la espera. Les aseguro que una vez lo hice de modo socarrón en el "Mateu Orfila" y me llevé una reprimenda ya que la especialista aseguraba haber tenido una mañana de perros con decenas de pacientes en un tiempo record. A la hora de viajar también nos hemos acostumbrado a esperar. Y resignados. Problemas técnicos, o del tráfico aéreo. Imponderables de la aviación. Las compañías se encogen de hombros. Esto es lo que hay. Y con esto contamos ya. Con el retraso. Espere sentadito en el estático avión sin quejarse. Espere meses para operarse. Espere que Hacienda cumpla con su parte. Usted espera una subvención, una ayuda para vivienda, el billete que AVIBA no le adelantó, el pago de la parte correspondiente de una prótesis... Y tiene que esperar sin rechistar. Como esperan sus ayudas las "escoletes", o los clubes deportivos, o los ayuntamientos la parte de financiación que les corresponde de sus inmediatos superiores. Toca esperar y sin quejarse, con aquello de la crisis. Pero, ¡ay! El contribuyente medio no encuentra correspondencia a su paciencia resignada por las demoras. Él no puede desesperarse pero en el otro lado encuentra desespero. Si hace esperar en el pago de un impuesto, recargo. Si hace esperar al banco en el caso de la cuota de una hipoteca, cae sobre el demorado todo el peso de una ley pensada para el sostenimiento del entramada bancario, y ya tenemos el desahucio en marcha. A los defraudadores de paraísos fiscales les han dado más margen. Paciencia selectiva, y por ello injusta.