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Pertenece a un selectivo club de elegidos. Círculo en el cual ser admitido, y más aún permanecer en él, es ardua travesía; improbable de lograr -seamos claros- para una gran mayoría de pretendientes. Interesados que, pese a las dificultades de acceso -y lo saben, pues no depende de la propia voluntad y sí de selección inescrutable-, aguardan la vez con esperanza, trastocada a veces en espera... Nuestro personaje es el abanderado -en la milicia de antaño sería el alférez, a quien el capitán confiaba el estandarte- de ese club de distinguidos -y de meritorios- en su población natal. Cuando aparezcan estas líneas, habrá celebrado recientemente su singular aniversario: 103 años!.

Evocación que probablemente no habrá trascendido mucho más allá de su entorno familiar, que le rodea y asiste con ese enorme abrazo custodio, prueba evidente de cariño y también de amparo. Acaso, mención igualmente saludada por algunos convecinos que seguramente habrán cumplimentado a una buena persona. Simple y digno labrador (del campo y de la vida) que, además, en el dilatado surco -el destino resolvió por él- de ciento tres años de bondad y sencillez, ha acompañado, aprendiendo e instruyendo con estima, a seis generaciones de su familia: la de sus abuelos, que lo criaron en su orfandad, la de sus padres, la suya; y la de sus hijos, nietos y biznietos…

Físicamente es menudo, pero ha sido firme; fibroso, y antes flexible, con demostrada entereza frente a los vientos de la vida, no siempre favorables. En su certificado esencial, atesora el primer mandamiento que le ha convertido en leal hijo de Es Mercadal: estimar incondicionalmente a su villa ("Muy Hospitalaria", por realeza distinguida...). No obstante, por si no fuera mérito suficiente de pertenencia, lo es -mercadalense- por naturaleza o, lo que es lo mismo, por haber nacido en ésa; y lo sería igualmente, derivado de un derecho secular, por merecerlo el hijo de padre o madre mercadalense; y en última instancia, también le asiste el derecho, por vivir de forma permanente en Es Mercadal. Un balance final, favorable de aprecio y aceptación, que surge en tácito convencimiento desde el seno de su comunidad, así lo ratificaría...

Dos anécdotas, para quienes no hayan tenido la oportunidad de tratarle, podrían ayudar a deducir su personalidad. Con motivo de su centenario -acreditado en 2009- tuve la grata oportunidad de visitarle en su domicilio. Luego de preámbulos formales, quiso mostrarme la fotografía de su madre, de la cual quedó huérfano a tierna edad, cuando todavía no había cumplido los tres años de edad. La vetusta fotografía de Juana Melià Fullana, su madre, descubría una mujer de serena belleza. En silencio, mientras me mostraba reverente el retrato, embargado por la emoción, no pudo contener las lágrimas... Me confesó en seguida, con más sosiego, humedecidos todavía sus ojos, que siempre la había añorado… La otra anécdota ocurrió en la iglesia de San Martín, en la ceremonia litúrgica que en su honor se dispuso cuando cumplió su siglo de vida. El celebrante, amigo de la familia, después de dedicarle una sensible plática, concluyó el homenaje con las siguientes palabras: "Hasta dentro de cien años…!". El festejado, sin perder la sonrisa y mucho menos el humor, acertó a musitar: "Ho podríem deixar en cinquanta…"

Me confirmaron, no hace mucho, que ciertas limitaciones físicas le condicionan… ( peaje, acaso, por cumpleaños idos…), pero que no han menguado la alegría de su corazón, acompasado de recuerdos y ajustado al ritmo de las personas que más quiere. Se llama Antonio Gomila Melià, vive en Es Mercadal, donde nació el 8 de noviembre de 1909. No obstante, desde el respeto, es conocido por sus vecinos -y lo acepta sonriente y de buen grado- por su sobrenombre: "Antoni Mangueti".