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Ocurre a menudo que los debates públicos sobre temas de actualidad se basan en tópicos y simplismos, en reducciones de la realidad que acaban siendo falsas al suprimir matices, tan importantes en ocasiones como la base. En el caso del PTI de Menorca abundan estos reduccionismos que acostumbran a utilizar los menos doctos en la materia. Ni el PTI ha frenado por sí solo el crecimiento económico de la Isla, ni ha hecho imposible cualquier movimiento de ladrillos. Ni el PP tiene una voluntad innata de arrasar los parajes más bellos de la Isla ni todos sus dirigentes se mueven por oscuros intereses constructivos.

Ahora la revisión del documento, prometida por los populares en campaña electoral como el maná en una sobreactuación intencionada, ha generado las expectativas de quienes no ponen reparos a un par de buenos campos de golf y el temor de los que creen que el PP no va a meter mano en la norma para nada bueno. Desde el Govern con leyes recientes y ahora desde el Consell con el PTI, el PP asegura ir hacia la simplificación de los procesos, hacia la relajación de ciertas prohibiciones, para evitar que los promotores e inversores huyan escaldados. La simplificación no implica nada malo si se mantienen las garantías, pero el incremento de la permisividad no debe aspirar a un rédito demasiado "cortoplacista" ni ir nunca en contra del fin último del PTI, que es la preservación de la Isla como un bien natural de alto interés (otra cosa es que se sepa vender y servir al cliente como sería óptimo). Expectativas basadas en falsas creencias y temores fundados en prejuicios no van a ayudar en nada a que los cambios sean para bien. Hay que poner cordura, consultar a quien sabe, no temer el cambio por sí mismo y tener visión a muy largo plazo. Y no perder el tiempo buscando el consenso, un recurso del discurso retórico y utópico.