Ismael Pons Tena, en una actuación en el Teatro Principal de Mahón - Archivo

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Sentadas entorno a la mesa camilla, se escuchaban las novelas de la tarde. En invierno al calor del fuego, el que manchaba las piernas de las mujeres. Sin piedad. Eran días de usar faldas, contadas las que usaban pantalones largos. Y las pocas que lo hacían, eran criticadas, especialmente por los varones. Decían de ellas... "Són com homenots, quina poca vergonya".

Quien ha podido olvidar "es bous i ses vaques" con que se conocían los espantosos dibujos difuminados en las pantorrillas, marcados al fuego sin piedad. Fue precisamente una mujer, la que se inventó aquella especie de parapeto que evitaba continuaran sus nefastos trazos que deberían permanecer hasta la primavera.

Mi vecina, doña Carmen Aguiló, esposa de don Agustín Doménech, aprovechando dos bandejas de cartón, llegadas a su hogar llenas de pasteles, fue la protagonista. Mientras leía una novela de caballeros andantes, de los que usaban coraza y armazón, le inspiró hacer lo propio con los cartones. Cuatro agujeros, uno en cada extremo, introdujo "unes vetes" que ató atrás, quedando sujeto sin moverse para nada, y problema solucionado, a la vez cubrían las piernas guardando el calor.

Los braseros de molinada y picón, sin olvidar un trozo de metal para evitar los mareos, que también eran frecuentes. No todos. Algunos se producían por las ansias de "fer un glopet" incluso algunas vecinas se conformaban con simularlo, con tal de tomar una cucharada repleta de azúcar y la consabida Agua del Carmen. Era prodigiosa, algo milagroso.

Cuanto más frío, más consumo de carbón. Venía a ser una rueda, los carboneros no podían trabajar "en sa sitja" por mor de la lluvia, tampoco podían desplazarse los carros a los pueblos, siendo un cúmulo de despropósitos, con el consiguiente perjuicio para el consumidor . A la hora de despacharse se encontraba mojado, siendo imposible poderlo encender produciendo "fumalls". Éstos sí que mareaban el ambiente, apestando la casa, teniéndose que abrir puertas y ventanas, mientras "s'àvia" gritaba: "Me refradareu, agafaré lo que no tenc i també es grip".

Es Praxèdies, la que me apunta que escriba algo de aquellas interminables colas frente a la carbonería. Cuando iba escaso, las madres de familia se espabilaban distribuyendo a sus hijas de la siguiente manera: una en la carbonería del señor Fernández de la calle del Carmen, frente a la puerta de acceso a las Carmelitas. Se trataba de un sótano muy limpio, no hay que olvidar que el producto que se despachaba era carbón, pero lo tenía muy bien distribuido, con orden.

Otra de las hijas, iba a casa Salom, "de mal nom". Éste tenía una vieja cochera esquina con Santa Teresa y la Concepción. Era un anciano menudito y muy delgado, con unas manos enormes y fuertes. Esto lo digo por experiencia ya que se dedicaba a "desenfitar", solía tener cola de madres e hijos a la salida de las escuelas. Aquel socorrido remedio venía a ser algo así como deshacer los nudos de las tripas, remedio muy efectivo produciendo ansias de comer.

La tercera, estaba en la calle de la Plana, frente a la casa del señor Aguado, un zapatero de lo más simpático, o bien en la calle de Santa Eulalia, entre la Plana y San Juan, bajando a mano izquierda. El carbonero, un hombre enorme y joven casado con una prima de mi madre, na Marieta Faes, eran de Es Migjorn. Decían los entendidos que el problema de aquel sótano estaba en la escalera demasiado recta y sus peldaños excesivamente altos, con la particularidad que la romana se encontraba justo abajo, lo que provocaba que las mujeres mientras bajaban gritaran, "no miri". Efectivamente se podía ver hasta el No-Do, sin ir al cine.

Llegado el sábado, lo que ahora llamamos el fin de semana, daba cierta tranquilidad el observar bajo los fogones, la canasta o cajón llena de aquel negro material que ofrecería calor a la familia después de comer, uniéndose todos a jugar a la "cuca mana", a parchesi o al juego preferido de los hijos pequeños, la mona.

No puedo olvidar la picardía de ciertos comerciantes de carbón, corría el rumor que algunos lo sacudían con agua para que pesara más. Es probable, siempre hubo el pillo de la tribu, por ello los que disponían de medios, llegado el mes de septiembre o octubre encargaban varios sacos y los subían al porche de su casa o lo dejaban en el sótano, de esta manera se ahorraban, colas, humedades, dándoles la seguridad de la calidad del mismo.

Llegaron innovaciones. Placas colgadas en la pared con un reloj, puntual indicando la hora de puesta en marcha y finalizar. Pero antes, mucho antes, hubo las modernas estufas de petróleo, con "una pudor". El petróleo también generó infinidad de colas, producidas en las carbonerías ya que los carboneros fueron los encargados de su distribución, no podían quedarse sin el monopolio, una vez la caída de los braseros.

No hay que olvidar, que aquellas estufas no fueron bien recibidas, apestaban, no daban el calor de hogar a que las familias estaban acostumbradas

Gracias a un avispado inventor, disfrutamos de las de butano y luego las catalíticas… Se debía calentar el ambiente. Y claro que sí, faltaría más. Con la particularidad de que el ambiente que caldeaba el butano producía un espeso humo húmedo dejando las paredes blanquecinas más negras que el carbón de un humo que tan solo se lograba borrar a base de lejía y restregar.

Los interioristas, pusieron y quitaron mesas camillas, pero siempre se han mantenido ahí, con sus gruesas faldas de lana o de paño, cubiertas por tapetes y, encima de los mismos, naipes y los tradicionales juegos de mesa. Por supuesto que nuestras madres ya no escuchan las novelas con las voces de Juan Manuel Soriano ni María Matilde Almendro o Maruja Fernández. Se fregaban los platos a toda prisa, secando "s'escurada", dejando todo dispuesto en orden para cuando llegaran las amigas para pasar la tarde juntas al calor del brasero, tomando el café con leche a media tarde, con un trozo de coca con azúcar o de pudín de "brossat". Aquel requesón vendido en las lecherías y pollerías y que jamás hizo daño a nadie, ahora se hace a escondidas de lo contrario la multa seria "cosa de sèrie" y así va el país. Regresamos a pasos agigantados a lo que un día los modernos, los sabe lo todo, echaron abajo.

Decirles que continúo con la radio, con mi querido Andrés del Salón, al que mando todo mi cariño y admiración, y a su equipo, la unión hace la fuerza.

También fue a través de las ondas, que gocé hasta el infinito. La noche del viernes al sábado, como en otras tantos ocasiones, me deleité con una de nuestras voces mahonesas más bellas que hemos tenido, la de mi querido y admirado Ismael Pons Tena.

Infinidad de veces me pregunto, y conmigo muchísimos mahoneses, que hubiera sido de él, de nuestro Ismael, de haber nacido en Ciutadella. Seguro, segurísimo, que no le hubiera tocado la amarga experiencia por la que le hemos hecho pasar sus paisanos. Deberíamos estar avergonzados de nuestra actitud. Por ventura que es aplaudido y admirado por infinidad de países, lo demuestran sus tournés. Leer los críticos de música nos da la razón.

Este fin de semana uno de los teatros más antiguos de Cataluña, el Teatro Principal de Sabadell, en su concierto homenaje a Coll-Bardolet, presentó a su público a nuestro Ismael Pons Tena en el rol de "Scarpia" (Tosca). Hay que ver con qué orgullo es aplaudido, respetado y admirado en sus temporadas operísticas o de zarzuelas, en múltiples conciertos y otros tantos recitales. Amén de las invitaciones recibidas de países como Italia, Portugal, Alemania, Perú, Colombia, Venezuela, Argentina, entre otras.

Ismael no ha sido profeta en su tierra, pero sí en Valencia, siendo protagonista absoluto en los estrenos de tres óperas de autores valencianos, producidas en el Palau de la Música. "El Mar de las sirenas" de J. Báguena-Soler, "Maror" de M. Palau y "La Venta de los Gatos" de J. Serrano.

El listado de estos 27 años de carrera de Ismael han sido fructíferos, no fáciles, obligándole al estudio, a la formación como cantor y actor, desplegando multitud de cualidades, que siempre habían estado allí, en sus genes, no en vano, desde su más tierna edad ya apareció en lo alto del escenario de nuestro emblemático Orfeón Mahonés, donde su familia materna han sido todos excelentes actores y cantantes.
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margarita.caules@gmail.com