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"Deberíamos mostrar cautela ante las reivindicaciones grandilocuentes en nombre de la historia o ante aquellos que aseguran haber descubierto la verdad de una vez para siempre". Con esta frase de Margaret Mac Millan («Usos y abusos de la historia»), prologa Ricardo García Cárcel una de sus mejores obras: «La herencia del pasado».

Valenciano de Requena, el nuevo premio Nacional de Historia lleva desde 1981 regentando la cátedra de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Barcelona. Le conocí impartiendo una conferencia institucional sobre el 11 de septiembre en el Salón de Ciento del Ayuntamiento allá por 2001. Aquel día firmé en su hoja de servicios un contundente «valor reconocido». Sé que quiere a Cataluña como muchos de nosotros la queremos, amor compatible con nuestro amor a España. Pero durante un tiempo estamos siendo sometidos a un tenaz cerco ideológico que corroe nuestro ser histórico.

Reconozco, querido lector, que sintiendo el abismo recurro a fuentes documentales buscando donde agarrarme. Siguiendo el hilo de García Cárcel, cito a Vicens Vives, que ahonda en «los arquetipos antropológicos que encierra Cataluña como son el «seny» y la «rauxa»; el primero como sinónimo de sentido común, prudencia y pragmatismo; la segunda como determinación irreflexiva que en la práctica se ha venido utilizando en el sentido de pasión, de violencia abrupta, de volcánica fiebre que lo arrasa todo».

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Ferrater («Formas de vida catalana») desarrolla la idea de que «Cataluña ha estado presa de una obsesión: la dependencia del pasado, un pasado construido en términos de agravios y heridas morales que han contribuido a fabricar una memoria victimista vinculada siempre al discurso político del presente». Presente y pasado –añadirá García Cárcel– instrumentalizados mutuamente. Pero el «seny» aparece tras la «rauxa». Puestos a remontarnos en la historia, aparece tras el trágico Corpus de Sangre ( 7 de junio de 1640), asesinado el virrey, separada Cataluña de la monarquía de Felipe IV y convertida en provincia francesa. Entonces se descubrió que la centralización gala era mucho peor que la del Conde Duque de Olivares y recurrieron al «seny». Será el mismo que aparece tras la Guerra de Sucesión y la firma de los Tratados de Utrech (1713), que pronto conmemoraremos. «Seny» el que apareció después en el XIX tras la fratricida Primera Guerra Carlista, tras el periodo de revoluciones o tras la Primera República. La Exposición Universal de 1888, el ensanche de Barcelona, la edad de oro de la industrialización, el propio modernismo, fueron la respuesta inteligente a las crisis.

Podríamos continuar con más ejemplos hasta nuestros días.

Me detendré en un personaje al que pretendemos recordar con el máximo respeto como estadista, desde la Sociedad Bicentenario General Prim (1714-2014), constituida hace algo más de un año. Aunque dolida en estos momentos por la incursión de modernos saqueadores de tumbas que, violando protocolos de confidencialidad, han comprometido al propio Ayuntamiento de Reus, está firmemente comprometida a realzar con dignidad la figura del general. Por encima de los sensacionalistas que hace unas semanas «lo mataban» el mismo 27 de diciembre de 1870 –día del atentado en la calle del Turco– y lo mantenían en una fresquera del Palacio de Buenavista hasta la llegada de Amadeo de Saboya y que ahora «lo rematan» días después del atentado, con la correa de un sicario introducido subrepticiamente en la propia sede del Ministerio de la Guerra, la Sociedad busca integrar, unir y poner a Prim de ejemplo de amor a Cataluña y a España. Prim es «rauxa», pero sobre todo, «seny». Aprende de las heridas recibidas en campos de batalla; aprende en los hospitales de campaña; aprende en el exilio. Aquel Prim de sus primeras legislaturas (1841-1843) es un «llamp» (relámpago) muy de su tierra del campo de Reus: «gent del camp, gent del llamp». Cuando dice en sede parlamentaria: «El coronel Prim no cede sus opiniones ni a jefes, ni a ministros ni a reyes ni al Eterno Padre cuando tiene razón». No había cumplido 30 años. Pero años más tarde en México es ponderación, equilibrio. Es el Prim liberal que respeta acuerdos internacionales, que no quiere sentar una monarquía sobre las bayonetas de sus soldados. Luego será el Prim que nos lega la Constitución de 1869, la que aumenta el censo de votantes a más de cuatro millones, la que refuerza la libertad de imprenta, la que hubiera evitado –si no lo hubiesen asesinado– la Primera República, la que hubiera llevado de otra forma la emancipación de Cuba y Filipinas.

Cataluña acaba de sufrir un fuerte ataque de «rauxa». Unos no sabían que entre la contagiosa algarada y el voto secreto hay una distancia difícil de evaluar. Por esto se han equivocado. Y cuando sigue la crisis, cuando el Parlament se ha fraccionado como nunca a consecuencia del fraccionamiento de la sociedad catalana, no es tiempo de «rauxas». Es el momento de apelar al «seny».