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No sé si será porque se está mascando la Navidad o porque uno se vuelve algo héroe y decide luchar contra tanto agente invernal, pero la cuestión es que se nota en el ambientillo que el personal se está lanzando a la calle para fundirse con las luces multicolores, la música y redescubrir esas caras amigas o conocidas que, vaya usted a saber por qué, de repente habían desaparecido para sentarse tras la mesa de la camilla, su sofá y con las miras puestas en la diosa televisión. Porque no es que los mayores de 40 años hayan desaparecido, que es difícil toparse con esa cara amiga, que va, lo que ocurre es que nos volvemos como caracoles siempre con la casa a cuestas. Este fin de semana que me dio por ser algo más sociable, me encontré en el Hotel Capri, invitados por este Diari con un montón de conocidos y amigos, amigos de la pluma (hoy debería decir del ordenador), coleguillas al fin y al cabo en la práctica de contar cosas en estas páginas, de jugar con la media verdad y la media mentira bajo el paraguas de la fantasía, en ese maravilloso instante de sentirnos creadores de algo y para algo. Y al irme, dirigiéndome hacia el centro de la ciudad, me dejé envolver por el aroma a castaña asada bajo la lluvia de las iluminaciones. Me gustó sentirme feliz con tan poco y cruzarme con tanta gente que posiblemente pensará lo mismo, lo bien que huelen determinadas tradiciones si es que tienes buen olfato, claro. Y por cierto, ¿han colocado ya tras los cristales de las ventanas de sus casas alguna tira de bombillas multicolores? Recuerden que la Navidad es cosa de todos.