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Durante las semanas previas y posteriores a la Navidad, entre diciembre y enero, se suceden los mensajes institucionales y políticos a propósito de unas conmemoraciones de larga tradición. Es tiempo asimismo para aprobar presupuestos para el próximo año y para presentar balances de gestión gubernamental. Manda el calendario.

Pasó el festivo Día de la Constitución, siempre adornado de numerosos discursos que, como es norma, se ciñen al guión oficial sugerido -o directamente impuesto, a saber- desde el Gobierno. Y una vez más, como viene ocurriendo en los últimos años, volvió a plantearse en múltiples foros la necesidad de proceder a una revisión y actualización de la carta constitucional. El debate duró varios días, se subrayó la dificultad de lograr el imprescindible consenso parlamentario (lo que no causa extrañeza alguna tal como está el patio), Mariano Rajoy dijo que ahora no toca y adiós muy buenas, hasta el año que viene.

En Nochebuena, los medios de comunicación difundirán el habitual mensaje navideño del Rey, en el que don Juan Carlos aludirá con toda probabilidad a la crisis económica y tampoco es descartable el anuncio de que el pueblo soberano será capaz de superarla si se muestra dispuesto a asumir con coraje los esfuerzos y sacrificios que se vienen exigiendo desde que, en mayo de 2010, José Luis Rodríguez Zapatero señalara aquello de que se acabó la fiesta. Dos semanas más tarde, el Rey aparecerá de nuevo en las pantallas con motivo de la Pascua Militar, aunque su discurso castrense suele tener una menor difusión.

En el ámbito autonómico, el presidente del Govern balear pronuncia su parlamento de fin de año. José Ramón Bauzá aprovechará a buen seguro esta tradicional cita para resumir los principales logros cosechados a lo largo de 2012 y avanzar los retos que aguardan para 2013, año paréntesis por excelencia puesto que diversos expertos en explicaciones y salidas de la crisis -e incluso el ministro Cristóbal Montoro- sitúan últimamente el inicio de la recuperación económica en 2014. Así que ármense todos ustedes de mucha paciencia y recuerden que el que resiste gana, según frase atribuida al escritor Camilo José Cela.

En este ciclo de mensajes de calado relevante hay que incluir igualmente los parlamentos de los días 16 y 17 de enero a cargo del alcalde de Ciutadella y el presidente del Consell de Menorca. El llamamiento a la unidad o el ejercicio de un sano menorquinismo son referencias ya clásicas en la celebración de la fiesta de Sant Antoni. Tiempo ha, una reivindicación que nunca faltaba en el discurso presidencial era la exigencia de acelerar y culminar el traspaso de competencias al Consell menorquín. Ahora, en cambio, parece que al equipo de gobierno ya le vale mantener el actual grado de autonomía. A saber qué exposición política desarrollará Santiago Tadeo y si insistirá, por ejemplo, en la falacia de que es indispensable contar con un PTI menos restrictivo para que Menorca pueda dejar atrás la crisis. Ya se verá.

Una conmemoración que por desgracia tiene ya escasa presencia política y periodística es el aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por la ONU el 10 de diciembre de 1948. Acaban de cumplirse pues 64 años de su proclamación y diríase que esta carta internacional está a punto de jubilarse. Pero ni mucho menos cabe hablar de jubilación por cuanto el importante valor intrínseco de este documento reclama respetar su vigencia y hacer que se cumplan sus razonables exigencias en todo el mundo, España incluida.

Al rememorar hoy día el listado de los derechos humanos sobra todo discurso hueco. Las personas sin empleo -sobre todo los jóvenes y los trabajadores mayores de 50 años que se hallan atrapados en el paro-, las familias que se ven involucradas en el drama de los desahucios o cuantos ciudadanos han visto recortados o eliminados sus derechos sociales y laborales exigen respuestas y soluciones convincentes. De ahí el rotundo rechazo a tanta palabrería inútil y a las promesas o los compromisos que se diluyen cual azucarillo. Y, sin embargo, no hay que desfallecer en la denuncia de cuantas violaciones se cometen contra los derechos humanos; y abogar asimismo por una lucha constante contra las discriminaciones, las desigualdades y las injusticias.