TW
0

En el mes de noviembre del presente año se ha cumplido el centenario del nacimiento del escritor francés de origen rumano Eugene Ionesco, creador del llamado teatro del absurdo, junto con el dramaturgo irlandés Samuel Becket. A mediados del pasado siglo triunfó en Europa esta tendencia, cuya base radica en el existencialismo literario. Quizás, por este motivo, no resulta fácil distinguir el teatro del absurdo del que sigue la tendencia existencialista. De hecho, durante un tiempo, la crítica especializada tuvo dificultad para diferenciar ambas corrientes dramáticas, hasta el punto de confundirlas, pues, como dice Albert Miralles: " una y otra son dos formas de respuesta, una inmediata y otra posterior, a la toma de conciencia del hombre frente a la angustiosa situación del caótico mundo en que vive". Según él, lo que las distingue son sus respectivas fórmulas. Así, los grandes representantes del teatro existencialista, Jean Paul Sartre y, sobre todo, Albert Camus, usan una forma tradicional, basada en el cuidado de la estructura y disposición escénica y en el recurso de la lógica para expresar lo absurdo. En cambio, los principales exponentes del teatro del absurdo presentan el absurdo de la existencia planteando situaciones ilógicas, acciones incoherentes, personajes vacíos, que utilizan un lenguaje absurdo:
frases sin sentido, monólogos incoherentes o diálogos que no sirven para comunicarse ni para explicar racionalmente el mundo. No en vano el teatro del absurdo intenta manifestar el problema de la incomunicación y la irracionalidad del hombre moderno. De este modo, los autores del teatro del absurdo procuran que se pierda el respeto al texto como elemento básico del hecho dramático y abren nuevas vías hacia otra dramaturgia más imaginativa y sensual.

El estreno, en 1950, de La cantante calva, la primera gran obra de Ionesco, supuso un auténtico aldabonazo en el devenir del teatro europeo de mitad de siglo. Con un argumento aparentemente vulgar e intrascendente es un modelo de verdadero antiteatro.
Escrita con un lenguaje grotesco y llena de escenas sin sentido, bajo la aparente incongruencia de la trama, asoma una intensa angustia ante la sinrazón de la condición humana. "La tragedia del hombre es irrisoria", afirma el autor. A esta primera obra siguieron otras auténticamente magistrales como La lección(1950)y Las sillas(1952) en las que trata, respectivamente, el miedo a la muerte y el drama insondable de la imposible comunicación entre los humanos, o El Rinoceronte(1959). En esta última, los habitantes de una villa se convierten en rinocerontes, ante la resistencia y el asombro del protagonista, quien, al comienzo de la obra, se nos presenta como prototipo del hombre "normal", pero, a medida que ésta avanza, va siendo apartado de la vida de la pequeña sociedad, en su lucha contra el denigrante conformismo de sus habitantes. En ella puede apreciarse una indiscutible influencia de La metamorfosis de Kafka.

Pero, quizás, su obra cumbre sea El rey se muere(1962), una de las metáforas dramáticas más profundas e implacables sobre el tema de la muerte- una obsesión para el autor- que ha dado el teatro universal. La obra es, en realidad, una alegoría sobre la soledad del ser humano, enfrentado al último y decisivo trance de la existencia humana. En ella, el rey, enfermo, no quiere asumir que su vida está apunto de acabar. Se trata, sin duda, de una desesperada y trágica visión del destino humano, una farsa trágica, que es, a la vez, su obra más lírica.

Digno de ser destacado también es uno de sus últimos dramas: Macbetth(1972), una reelaboración, grotesca y alucinante, del mito de W.Shakespeare, que trata de la traición y la ambición desmesurada.

La curiosa y llamativa trayectoria teatral de Ionesco, que va del experimentalismo vanguardista y el rechazo inicial del teatro psicológico y filosófico, que había ocupado la escena francesa en el periodo comprendido entre las dos guerras (Giraudoux, Cocteau) a una progresiva aproximación a la dramaturgia comprometida y socialmente constructiva- sus últimas obras inciden en la voluntad moralizante y en la creación de un antihéroe ejemplar- nos muestra su decidida capacidad de evolución. Considerado, con razón, uno de los dramaturgos más importantes del siglo XX, la supervivencia y el éxito actual de su teatro se deba, quizás, aparte de su valor intrínseco, a la inquietante y descorazonadora coyuntura social que vivimos hoy.