"Sa casa rodona", esquina con las calles Cós y Virgen de Gracia (Archivo Margarita Caules )

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La otra noche baje a Mahón. Hacía tiempo que no lo había hecho. La ciudad a media luz ¿por la crisis? Comercios con enormes letreros de "traspaso".
Apenas topé con transeúntes. No realicé la caminata sola, lo hice muy bien acompañada, junto a mi vecina na Marieta y su hija Rosalía, la misma que al inicio de mi espacio de "Ses Xerradetes de Trepucó" tanto llegué a hablar de ella, explicando sus juegos y travesuras, hoy convertida en una preciosa joven, formal, estudiosa residente en Madrid donde, si Dios quiere, muy pronto alcanzará su sueño, su doctorado. Tot arriba.

Rosalía, a la que llamaba petita, está preparando su tesina, lo que la lleva a preguntar constantemente sobre cosas del ayer. De saberlas, la voy informando, de lo contrario, se van anotando para más tarde cumplimentarlas, aprendiendo las dos a la vez, "açò és polit".

A pie, xano, xano, enfilamos el camino de Trepucó, que nada tiene que ver con el de antes, lleno de piedras, terroso y baches a montones. Ahora caminar por él es una delicia, buena prueba de ello es que la gente va y viene pasando por el mismo, enlazando hacia los nuevos institutos o camino a Villacarlos.

Al pasar frente el cementerio, comenté lo novedoso que resultó la primera vez que a su paso lo hicimos bajo una luz tan espléndida. Se imaginan cuando todo estaba a oscuras, en las noches en que la luna no se asomaba para nada, era terrorífico para aquellos que eran miedosos. La cosa ha adelantado tanto, que nada es como era.

Y fuimos bajando, al llegar a la primera rotonda, la que eliminó los antiguos pinos, los famosos pinos diría yo, donde iban a jugar los niños del Cós, es carrer des canons, ahora San Manuel (y antes también, pero nadie lo nombraba por el santo, siempre se recordaba el paso de los cañones), tuvimos un dilema: por dónde ir. Por la derecha, la opción era las calles de San Manuel, Santa Eulalia y la del Castillo. De frente, Virgen de Gracia, Infanta, etc. y por la izquierda, Cós, Moreras. Decantándonos por ésta.

Cogimos la acera de la derecha del Cós de Gràcia, con "sa casa rodona", casa Jerónima tuiet, la que mi padre columpiaba cuando era pequeña, casada con Eladio, un manitas zapatero remendón y pescador de Favàritx. En lo alto de uno de los balcones se escuchaba una imponente música, que José Luis Portella se encargaba de que llegara hasta la calle, por algo es el chico que más sabe de películas, artistas, músicos, orquestas y cuanto se puedan imaginar.

Unos pasos y recordamos la antigua carpintería. Ya no existe la tienda de muebles que con tanto arte hacía en Tiago es fuster. Antes de cruzar la calle de la Estrella, mire hacia atrás, en la otra acera dejaba de citar una familia muy apreciada por esta servidora. Antonio Vidal Riudavets, músico y poeta, autor de infinidad de canciones, música y letra, que no voy a enumerar, tan solo la dedicada al Sporting Mahonés, entre infinidad de melodías. Lo recuerdo a través de las ondas de Radio Menorca en su espacio musical de los viernes por la noche, en que el de la motora me mantenía callada, escuchando las notas que arrancaba el maestro Vidal al violín. Su esposa, Juanita Pons, hija de uno de los maestros de escuela, llamados pasantes, de la escuela española del Camí des Castell con la de San Juan, que compartió su enseñanza con el mallorquín Antonio Juan.

Y fuimos bajando, dejando Sa Sínia des Cunillets, donde vivieron los bisabuelos de Sergio Llull, el baloncestista que con tanto orgullo disfrutamos los mahoneses. La casa palacete, así la llamaron los antiguos, alzada para don Guillermo Coda, dejando para otra ocasión datos y curiosidades de la misma, los pisos de Bartolomé Jover Bru, que en los años cincuenta fueron la revolución de las parejas que se casaban. Al ofrecer su nuevo domicilio, lo hacían orgullosos de ir a vivir en los pisos, sinónimo de modernidad. Hoy me atrevería a decir que los únicos que perduran en los mismos, son mis queridos primos Margarita María Caules y su esposo Juan Van Walré, a los que aprovecho para mandarles un "paneret ple de carinyo".

En el parking del Ocimax, antes noria, escuchamos en la lejanía el rodar de la noria.

También desapareció la de Monjo y sus casas adyacentes, se abrió la calle que conduce a la nueva plazoleta. Acordándome que no cité la de Costabella, la mayor de las norias que llegaba a la carretera de Sant Lluís.

La iglesia de los griegos ortodoxos levantada para su culto. Desde 1860, pasó a ser iglesia católica bajo la invocación de la Inmaculada Concepción. En ella se casaron, bautizaron todos los antepasados de "l'avi Joan", y donde el también se unió en matrimonio con "s'àvia Guideta", continuando con el ejemplo de los mayores.

Le sigue la antigua tienda "des Xoriguer", pared medianera, donde vivían los sepultureros de la iglesia, y guardaban las caballerías. En frente, las casas de los sacerdotes ortodoxos. Lamentamos no poder enseñar a Rosalía la antigua capilla de las religiosas de San Vicente de Paúl, donde recibían la primera comunión sus alumnas. Colegio que llegó a ser muy famoso, junto al de las religiosas de la calle de San Fernando. Eran sinónimo de prestigio.

Y fuimos subiendo rápido hacia la esquina con la calle de San Jorge dejándonos atrás familias muy populares de la ciudad. Al paso del despacho del arquitecto Enric Taltavull, más o menos, dues portes més avall, se encontraba "es carreró de n'Arnau", con sus casas llenas de pobreza donde vivían personajes que mantengo anotados para otra ocasión. Empezaba a lloviznar, lo que nos hizo apretar el paso. El Geriátrico, antiguo Hospital Civil, si sus paredes hablaran nos dirían de alegrías, tristezas, de historias y anécdotas pasadas.

En el mismo, tal día como hoy de 1970 a las nueve de la mañana, di a luz a mi hijo mayor, acompañada por mi médico, don Mateo Seguí Mercadal y la comadrona, la prima hermana de mi madre, Magdalena Pons, y mi esposo deseoso de acompañarme en aquellos momentos. En los treinta y tres años que llevo, digámosle, de colaboradora en el diario, es la primera vez que hablo de ello, esperando que mi hijo, Juan Miguel, sepa disculparme. A la vez que le felicito por su cuarenta y tres cumpleaños, haciendo votos para que cumpla muchos más.
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margarita.caules@gmail.com