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Para qué una carrera o dos. Para qué prepararse para un futuro que no viene. De qué sirve acreditar experiencia, ir teniéndola, para qué un buen currículum si en realidad basta con tener buenos amigos para acceder a los mejores puestos. O mejor dicho, mejor remunerados. No imagino un trabajo peor que el de no hacer nada, el de sobrar y hacer que no se note, el de salir en la foto pública pero fuera del encuadre de las decisiones. Ni imagino tampoco, persona más tramposa que la que deja contratarse para algo que no sirve porque otros harán uso de su inutilidad.

Y es que hay gente que trabaja únicamente levantando la mano, diciendo que sí cuando el resto lo propone o diciendo que no cuando esa es la opción mayoritaria de la junta, comisión o consejo. Personas que se ganan la vida con el nombre y el apellido, con su agenda, con las fotos de la época universitaria y sus noches de juerga, con favores a cobro revertido. Personas que acceden primero a puestos de poder para que los que verdaderamente mandan hagan con ellos lo que quieran a cambio de asegurarse luego un puesto de por vida cuando dejen el cargo de responsabilidad pública, de poder entre comillas. Y trabajarán entre ellos, disimulando su incapacidad, simulando hacer y participar. Levantando, como digo, únicamente la mano, para opinar lo mismo que los demás o pedir permiso para ir al baño.

Qué fácil saltar de un alto cargo público a uno privado y con privilegios. Qué fácil llegar arriba en el mundo empresarial cuando uno se pasa años sustentando la altura de los que hacen cima, legislando sus cumbres y evitando el paso al esfuerzo, a la mayoría y al mérito. Qué fácil hacerlo mal y que no se note, y que te premien y agasajen al empeorar las cosas a muchos por dejárselas muy bien a esas amistades generosas. Qué fácil ser político y hacer amigos tan influyentes que hagan contigo lo que quieran si tú quieres. Qué fácil querer, por lo visto, qué fácil dejarse corromper, y qué accesibles los despachos públicos para despachar intereses privados.

Más que sobrar corruptos lo que falta es un sistema que los impida. Que quiera impedirlo. Mientras tanto podemos llevarnos las manos a la cabeza a cada caso, sorprendernos siempre con cada nuevo nombre implicado o imputado, seguir con morbo cada detalle del juicio y maldecirlos para adentro o hacia fuera, podemos protestar contra la culpa y sus apellidos, sin que se gire el cambio. Nada cambiará, porque funciona así, es la manera, es el sistema el que estructura, blinda y propicia, que cada vez sea más fácil saltarse las normas, que cada vez sean más tontos los que se pasan de listos.