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Hoy en el baño, tras la inquietante ingesta de un telediario, y durante uno de esos estados alfa en que los razonamientos fluyen sin rozamiento, he concebido un diagnóstico plausible sobre el origen de nuestros problemas: Pusimos a la zorra al cuidado de nuestras gallinas, lo cual no habla mucho a favor de nuestro criterio.

Vamos a imaginar por un momento que Bárcenas no hubiera sido del todo sincero; vamos a imaginar que el esquí y el montañismo no le apasionen tanto como creíamos. Vaya por delante que me resultaría difícil dudar de la integridad de una persona como él, que fue senador, institución que solo admite en sus filas a miembros íntegros y honorables, ya que siendo su función más simbólica que operativa, precisan de miembros honestos para justificar su prestigio, si no ya su existencia.

Pero bueno, imaginemos lo inimaginable, esto es, que Bárcenas haya conseguido la pasta con métodos ilícitos, e imaginemos que la tenía depositada en Suiza, no con el fin de conocer gente sino con el fin de que Hacienda no le sustrajera un pellizco y que la fiscalía no sintiera la tentación de indagar sobre el origen del tesoro.

Analicemos ahora por puro entrenamiento neuronal algunas de las conclusiones a que llevaría tan descabellada hipótesis.

1) Yo, Nacho Martín, al igual que tú, estimado, lector habríamos pagado de nuestros bolsillos el monto de la sabrosa acumulación de pasta ingresada posiblemente no solo en Suiza como se ha detectado, sino quizás también en otros paraísos fiscales, ya que nadie pone todos los huevos en la misma cesta (excepto quizás nosotros que depositamos insensatamente la administración de nuestros intereses en manos de una única casta)

2) Así mismo habríamos costeado su sueldo de senador mientras nos chuleaba.

3) Habríamos pagado incluso, y ya descubierto parte del pastel, su chofer y su abogado vía la pasta que el Estado dedica a subvencionar a los partidos, incluido el intachable partido que mantuvo primero en su cúpula y después en calidad de pariente pobre al virtuoso senador.

4) También habríamos aflojado la cartera para sufragar los gastos de policías, jueces, procuradores, etc que el proceso (que lleva unos añitos en danza) vendrá costando; mientras mantenemos además una esperanza tendente a cero de que el Estado recuperara lo sustraído aún en el caso de demostrarse la culpabilidad del imputado, como tan a menudo sucede.

5) Tendríamos que asumir sin ayuda estatal el estupor que produciría en nuestras conciencias la constatación de que el intachable personaje permaneciera años en la calle sin ser molestado hasta la fecha, mientras a nosotros nos embargan sin dilaciones y sin escuchar nuestro criterio por cualquier deuda contraída con las distintas administraciones, y mientras se trata con mano de hierro a pequeños infelices que sacan doscientos euros de una visa encontrada en el suelo por poner un ejemplo.

Imaginemos también por puro deleite que los presuntos choriceos que calculamos se han estado produciendo con generosa profusión en el seno de otros partidos, tanto de la oposición estatal como de gobiernos y oposiciones autonómicas y municipales, dejan de ser presuntos para alcanzar el status de probados. Tal circunstancia me obligaría a dar por firmes las siguientes conclusiones:

1) Las raposas que hemos venido contratando para cuidar el gallinero nos comen las gallinas; las raposas que elegimos para que substituyan a las raposas que se zamparon a las gallinas de ayer, siguen devorando hoy las pocas que quedaron indemnes y no le hacen ascos tampoco a los huevos.

2) No es buena idea contratar zorros. Si pudiéramos votar a personas en vez de a partidos quizás podríamos contar con verdaderos granjeros. Los partidos no van a tirar piedras contra su propio tejado; no serán ellos quienes acaben con la corrupción ni con las listas cerradas de la misma manera que no se harán vegetarianos los zorros.

Imaginemos por último que la justicia no fuera igual para todos. En este caso los choris de lux dispondrían de años o lustros antes de que finalizaran sus causas, serían objeto de errores durante la instrucción que invalidarían pruebas, conservarían lo robado aún en el caso de que fueran condenados, serían beneficiarios de indultos y serían contratados mientras tanto como asesores de algún hospital aunque sus conocimientos sobre el tema se limitaran al arte de elegir el chaleco adecuado a cada traje.

Menos mal que solo son imaginaciones, porque si no sería para pensar que efectivamente somos unos pringaos de libro