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La ciclogénesis explosiva no es un fenómeno exclusivo de la meteorología. Como la ciencia avanza una barbaridad en este siglo XXI y en este país, permítanme sostener que la ciclogénesis explosiva también se registra en ámbitos tan cotidianos como la economía y la política, donde los daños suelen ser casi siempre devastadores, si se evalúan y consideran desde cualquier observatorio de la ética política.

En política, los episodios de ciclogénesis acostumbran a desarrollar su máxima actividad en el vasto y variopinto campo de la corrupción. La sociedad recibe hoy alarmada abundante información sobre el último caso, el referido a Luis Bárcenas, extesorero del PP nacional, y la supuesta entrega de sobresueldos en dinero negro a dirigentes y empleados del citado partido. Aunque alarmarse a estas alturas sobre esta nueva deriva corrupta me parece ridículo y pueril.

La financiación ilegal de los partidos políticos es, por otra parte, un asunto bastante viejo que siempre proporcionó vigorosas alas a los pilotos de la corrupción para volar a sus anchas y engordar las cajas de tales colectivos, y para procurar en muchas ocasiones el enriquecimiento ilícito de numerosos bolsillos particulares. La raíz del problema radica en el hecho de que las instituciones públicas nunca han manifestado una firme voluntad política para abordar y consensuar unas soluciones drásticas; el problema en realidad se arrastra desde los primeros gobiernos de la democracia recuperada en los años 70. Y como desde el principio se hizo la vista gorda, surgieron sin demasiada dificultad las historias de Filesa, Naseiro y otros muchos casos, hasta llegar a los tiempos actuales con la irrupción de los casos Palau de la Música y Pallerols en la Catalunya gobernada por Convergència i Unió; el Palma Arena de Jaume Matas y las múltiples irregularidades descubiertas en Unió Mallorquina en la Comunidad balear; el escándalo destapado con fondos de expedientes de regulación de empleo en la Andalucía de gobierno socialista; o las últimas novedades suizas aportadas por el caso Bárcenas, una de tantas ramas de otra trama mayúscula, Gürtel.

Por otro lado, la opacidad siempre ha sido un elemento muy característico y peculiar en el capítulo de ingresos de los partidos. Una opacidad detectada no solo en el PP, sino también en el PSOE, CiU y otras formaciones. Muchos dirigentes políticos parecen hallarse más cómodos si pueden instalarse confortablemente en la opacidad y les disgustan, por tanto, cuantas iniciativas propugnan la adopción de unos métodos absolutamente transparentes. No les interesa abrir ventanas a la transparencia y a los instrumentos de control. Prefieren cerrar ventanas, aborrecen la ventilación de las dependencias del poder. Todo muy sospechoso.

Ahora, PP y PSOE plantean por enésima vez la negociación de un pacto de Estado contra la corrupción. Los partidos llevan ya muchos años enredando y llenándose la boca con huecas declaraciones para combatir la corrupción, pero a mí me maravillan muchas decisiones políticas que no son más que puntuales maniobras de distracción para esperar a que escampe.

No puedo evitarlo: me vence el escepticismo. Así que me maravilla, por ejemplo, que las arcas públicas sigan mostrándose tan generosas a la hora de subvencionar a las distintas fuerzas políticas. Me maravilla que la ley electoral continúe subvencionando a los partidos en función del número de escaños obtenidos. Me maravilla que se subvencione a las fundaciones controladas por los partidos. Me maravilla que hasta ahora hayan sido los integrantes de las distintas instituciones políticas quienes se han fijado sus propios sueldos, cuando una ley estatal de retribuciones podría haberse aprobado perfectamente desde el inicio de la década de los años 80. Me maravilla que se mantengan para la clase política tantas prebendas claramente insultantes, incluso en asuntos menores como es el caso de utilización de aparcamientos exclusivos.

Me maravilla -y escandaliza- que en más de 35 años nuestra democracia haya sido incapaz de alumbrar unas medidas verdaderamente radicales y severas para erradicar la lacra de la corrupción.

Aunque lo que más me maravilla es que, a pesar de cuanto ha llovido y llueve en materia de corrupción, el PP y el PSOE sigan cosechando tantos millones de votos en las sucesivas convocatorias electorales, o que CiU consiga tantos miles de sufragios en sus elecciones autonómicas. Es algo realmente maravilloso.

Al explicar en casa mis inútiles observaciones sobre esta escandalosa cuestión, la respuesta que recibo me desconcierta: Tú vives en Narnia. Vale. Será eso: que vivo en Narnia. ¿O será quizá que son los partidos políticos los que viven en realidad en el mundo creado por el escritor el irlandés C.S. Lewis?